Lo bueno que tiene ser periodista es que tu trabajo te hace que vivas otras vidas, desde las más altas instancias --como unas copas y aperitivos con el príncipe Felipe y el rey Juan Carlos en el palacio de Oriente-- a correr a toda prisa en Las Moreras porque nos perseguían al fotógrafo y a mí y nos querían quitar el carrete en aquellos tiempos de las primeras drogas. Cada época tiene sus propios elementos, como una Olivetti Lettera 36, de teclas con sonido inevitable, o un ordenador silencioso de velocidad endiablada; un bolígrafo, un bloc y un paseo para captar noticias, o una pantalla de Internet en una oficina desde donde la actualidad, conseguida de manera muy fácil, ya viene matizada. Pero sobre todo el periodismo lo que te posibilita es vivir entre los políticos y los ciudadanos en esos momentos clave de la democracia como son las elecciones, y que se celebran mañana. La edad de los periodistas que ya somos jubilatas nos posibilitó vivir las primeras elecciones, aquellas del 15 de junio de 1977, donde Adolfo Suárez, con la UCD, casi saca mayoría absoluta, y seguimos viviendo estas últimas que se celebrarán mañana, 10 de noviembre de 2019, 42 años después. Lo mejor de todo este tiempo es que en España se acabara la dictadura y que se haya podido votar, aunque en 1981, un guardia civil iluminado como Tejero intentara que España volviera atrás para que solo mandaran los militares y la Iglesia, que eran elegidos no por el pueblo sino por la gracia de Dios. Ahora que se oyen demasiadas quejas por el exceso de elecciones me acuerdo de aquellas exposiciones de los «25 años de paz» de Franco en las que los niños éramos casi los únicos espectadores que aplaudíamos con nuestras banderas de papel la labor del obispo y del gobernador civil, porque nos lo pedían nuestros padres, que eran quienes entendían aquel mundo cruel que estaba todo el día rezándole a Dios por sus pecados de poder. Con la convocatoria de elecciones pienso que no podemos machacar a los políticos convocantes, si acaso, castigarlos con la papeleta. Creo que España no puede permitirse el lujo de olvidar que las elecciones son la ausencia de dictadura.