Sánchez está demostrando que hay cosas peores que la corrupción política, que ser presidente sin pasar por las urnas y hasta que Rajoy, que según Pedro era el lobo que se estaba comiendo las ovejas de la democracia. Y ese peor no es ni más ni menos que el propio Pedro Sánchez. No por él mismo, sino por en lo que se ha convertido.

Hay una habitación cerrada donde como en la obra de Wilde, el retrato de Pedro a modo y manera de Dorian Grey, cada semana que pasa como presidente más se va desfigurando su rostro ya no sólo político, sino el de mero constitucionalista. Ya no digo patriota, que eso sería decir demasiado. Los socios de Sánchez en aquello de «echar a Rajoy» le aprietan las clavijas.

La negociación de la senda de déficit y los presupuestos necesitan mayorías y a Sánchez se le acaban las buenas palabritas y los cuentos chinos a Podemos y los independentistas. Que por cierto campan por sus fueros. Que Torra llame a «atacar al Estado» y que los españoles tengamos que no sólo tragarnos esta felonía, sino contemplar espantados como Sánchez y su gobierno hacen oídos sordos es perdernos a los españoles el respeto y no tener consecuencias.

Alguien dijo por ahí que la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes. Sánchez y por extensión todos los demás españoles por aquello de la representación democrática nos encontramos en la paradoja de que estamos obedeciendo a unos personajes dictatoriales. El retrato de Sánchez se va descomponiendo cada vez más es unos rasgos grotescos. Esto sólo lo pueden parar unas elecciones. Zapatero enterró la economía y Sánchez va a desenterrar a Franco. Si algunos pudieran al Estado español lo enterraban en el nicho vacío del dictador.

* Mediador y coach