Derecha y separatistas catalanes se han puesto de acuerdo para que en el tránsito del invierno a la primavera el conflicto político español se desmadre aún más al añadir unas elecciones en abril, con su respectiva campaña, a las ya previstas para mayo. Y todo ello, mientras el Tribunal Supremo juzga a los cabecillas de los amotinados de octubre del 17.

Bien es cierto que en política parece que hemos visto casi todo a estas alturas; que las sorpresas escasean y que nuestros políticos en su mayoría son actores novatos que van y vienen interpretando una tragicomedia menor. Pero la pasión política de cualquier manera crece; los vivas y mueras son cada día más atronadores. Cataluña contra el resto, los demás contra Cataluña; la derecha que se extrema contra la izquierda derrengada; la izquierda...

Con todo lo más probable hoy es aventurar que el bloqueo político continuará después de mayo si es que Socialistas y Ciudadanos, cosa improbable, no buscan un punto de encuentro en el centro político. O, por el contrario, la balanza cae con estruendo hacia la derecha a causa del ruido decisivo del trombón que la extrema derecha ha añadido a su orquesta, concierto sin director definidos. Claro que está opción traería nuevos males.

Bailamos sobre dos pistas bien diferentes, una que promete moderación y reforma dentro de una Europa en conflicto, y la que dice que sanaremos con ungüentos políticos del pasado: recentralización y tentetieso. En apariencia la primera opción debería de tener más seguidores dado el recorrido tan provechoso para España que venimos realizando con Europa. Pero no está claro. La Europa de socialistas y democristianos se derrumba, y en España también. Además, tenemos un elemento diferenciador propio y muy perturbador: Cataluña.

Los separatistas catalanes partieron su población en dos mitades y pueden dislocar también al resto de España al favorecer el crecimiento de una extrema derecha que arrastra a los conservadores hasta fervores cercanos al franquismo. También desconcierta de tal modo a Ciudadanos que más parece un partido emparedado entre azules que el que debería liderar a la derecha hacia la modernidad democrática y la decencia.

Tenemos elecciones generales en poco más de dos meses y los barones socialistas, que con tanto recelo miran a su jefe político, no van a tener más remedio que encomendarse a un probado caballo de carreras de larga distancia, pero también imprevisible y egocéntrico. La clave en el ámbito de la izquierda estará en si el cinético Sánchez ha logrado calar e interesar a parte del electorado socialista perdido y arrastra su voto. Y en las filas azules si, efectivamente, una mayoría de españoles está convencida de que la solución para España está en la vuelta al pasado, o sea, recentralizacion y tentetieso.

* Periodista