El día de la marmota electoral nos coge con resaca adelantada, con una especie de melancolía anterior a la fiesta que nos hace pensárnoslo dos veces antes de brindar para ejercerla, o sea, votar. No hay demasiados motivos para la ilusión, para seguir adelante entre la nieve con los troncos a hombros, para pensar que podríamos encontrarnos con un escenario favorable, porque la sacudida nos aturde, porque llevamos ya varios meses de elecciones, años, lustros, como si nuestro estado permanente de interpelación fuera el mitin perpetuo, la algarada, el puro navajazo verbal para el contrario, con su goteo cansino de plomo en las retinas. Buena parte de culpa de esta vaina la tiene Cataluña, que ya empieza a extender su gritón chapapote en el resto del país (huelga decir, o quizá no, que no me refiero en ningún caso al territorio, sino al emperramiento de la independencia por encima de los elementos, la ley, la democracia, la pacífica convivencia vecinal y la mitad de la población que no está dispuesta a extirparse de España). Quizá, sin este lodazal de Cataluña que nos tiene hartos, serían más llevaderos los Sánchez, los Torra, los Casado, los Rufián, los Rivera, los Iglesias o los Abascal que nos traen por el silencio --el camino es otro cantar-- de la amargura, porque cualquier horizonte nos parece mejor que volver a escuchar lo que ya hemos oído tanto, como una lluvia ácida que degrada los tímpanos.

Así que hoy, aunque solo sea por reacción alérgica, hablaremos de asuntos que nada tienen que ver con lo arriba descrito, es decir: de la superación, de la ilusión, del esfuerzo, de la satisfacción por el trabajo bien hecho, que es como referirse a la carencia abismal de la clase política en todas sus facetas y vertientes. Por ejemplo, Rafael Nadal. Tras ganar la final del Masters 1000 de Roma, y preguntado por un periodista por su trabajo mental, respondió lo siguiente: «Trabajas mentalmente cuando sales cada día a la pista y no te quejas. Cuando juegas mal, tienes problemas o tienes dolores, pones la actitud correcta, la cara correcta y no te sientes negativo con todos los problemas que te están ocurriendo. Si estoy jugando mal, si tengo problemas físicos, salto todos los días a la pista con pasión por querer seguir entrenando. Ése es el trabajo mental. Es algo que he hecho durante toda mi carrera. No frustrándome cuando las cosas no van bien, no siendo demasiado negativo, y por eso siempre he sido capaz de volver. Y aquí estoy, un título importante y un momento importante. Y es el momento de seguir trabajando». Alguien responderá que Rafael Nadal es un multimillonario que a estas alturas solo tiene que mentalizarse de la mucha riqueza que atesora en todos sus negocios, en su gestión de imagen, como un jefe de Estado de sí mismo, que ahora hasta le hace enmendarle la réplica a McEnroe cuando lo entrevista a pie de pista. Eso podría ser, pero no sería Nadal. Precisamente porque sigue saltando a la cancha para mascar la arena con los dientes y dejarse la piel en un revés, precisamente porque sigue tirándose por una bola como si tuviera veinte años, tengo la sensación de que su dimensión se queda fuera, que al competir se encuentra con el hombre que aún sigue mordiendo los segundos al tiempo.

Cuando escuché sus declaraciones pensé que quería escribir sobre ellas, pero luego caí en la cuenta de que sería domingo electoral. Pensé tres cosas. La primera: otra vez. La segunda: qué fastidio. La tercera: pues precisamente por eso voy a hablar de Nadal, porque representa lo contrario al hastío que provoca, creo que a mucha gente, nuestro estado latente de elecciones estáticas, porque aquí nada se mueve, nada parece cambiar y todo se va enrocando en su propia desidia. El esfuerzo, la lucha y el tesón. O como diría Winston Churchill, citando a Disraeli, cuando fue preguntado por su sensación bajo los bombardeos de Londres en la Segunda Guerra Mundial: «Never complain; never explain». Nunca te quejes, nunca des explicaciones, que es más o menos lo que ha venido a decir Rafa Nadal. No: sigue, no te rindas, sigue, cada día, salta y hazlo. Sigue y hazlo.

No hay que conformarse con la mediocridad: ni la profesional ni la política. No hay que conformarse con la mediocridad de vivir, ni tampoco asumir la queja permanente. Hay que fajarse bien y estar dispuesto a recibir el golpe. Eso no se enseña demasiado, ni es lo que se predica desde el fango político, con su montaña rusa de enchufados cíclicos. Escribir es lo mismo. Siempre hay que seguir.

* Escritor