Hasta el último día de noviembre se puede disfrutar en el Palacio de la Merced una exposición retrospectiva de Emilio Serrano, preclaro artista cordobés nacido en 1945 y fallecido el pasado enero, cuando se hallaba en plena madurez creativa. La muestra lleva por acertado título Emilio Serrano. Su fulgor --palabra sinónima de resplandor, brillantez-- y se estructura en cuatro bloques, relacionados con sus etapas de evolución artística; la más plena, la última, que abarca de 1980 a 2012.

Cuando tantas bagatelas y camelos se nos intenta vender hoy como arte; cuando los estudios de Bellas Artes menosprecian el dibujo como cimiento de la formación, Serrano pone las cosas en su sitio desde la modestia que adorna a los grandes artistas y nos deleita con una selección de obras entre las que resplandecen especialmente sus dibujos subyugantes, elevados a la categoría de grandes cuadros por su tamaño, su argumento y su absoluta perfección. No hay más que detenerse a contemplar sin prisa dibujos de gran formato como Homenaje a la Música , Homenaje a las Bellas Artes , El valle de Josafat o El sueño , sin olvidar otros de mediana dimensión como Soledad , La radio de los 50 o la barojiana serie La feria de los discretos . Sin más materia que el modesto grafito sobre tabla construye minuciosas composiciones de inusitada belleza en las que palpita una Córdoba de líricas ensoñaciones, donde hasta la miseria de unos niños suburbiales se transforma en poesía.

Esos cuadros suelen tener dos planos, un primero de personajes con alma y de bodegones, y un segundo de paisaje urbano. Como fondo persistente le gusta colocar la Ribera vista desde Miraflores, pastoreada por la mole de la Catedral, cuyos volúmenes tanto le complace plasmar, hasta el punto de no renunciar a ello ni siquiera en un retrato institucional de encargo como el del sacerdote Juan Moreno. Sin duda aprendió de Romero de Torres la idea de situar monumentos de Córdoba como fondo, pero lo que Julio saca de contexto urbano Serrano lo fija con minucioso realismo, como si quisiera recordar constantemente que "esto es Córdoba". Una Córdoba no muy ajena a la ciudad narrada y soñada por Pablo García Baena, presente en un pequeño retrato en el que resplandece su serenidad contemplativa, como en otro aparece con altiva elegancia Angel Aroca, historiador del arte y presentador de la muestra en el acto inaugural. Dijo de Serrano que en sus cuadros brilla "la luz que no pudo arrebatarle la muerte"; que la perfección fue su norte; que su obra está cimentada en un dibujo sublime. (En aquel mismo acto, la presidenta de la casa, María Luisa Ceballos, hizo una encendida defensa de los pintores cordobeses, y creo que la mejor forma de traducir a la realidad tan noble deseo sería sacar de pasillos y despachos de la Merced los mejores cuadros para llevarlos a un museo donde puedan disfrutarse).

Serrano logra infundir etérea delicadeza a objetos cotidianos teñidos de nostalgia, como la tacita de porcelana, el florero de cristal, la cesta de mimbre, el frutero, las gafas o el viejo caballito de cartón, verdadero leitmotiv de la muestra. También se complace en las frutas y las flores. Y muestra especial predilección por la ropa blanca y arrugada -¡aquí sí que la arruga es bella!-, festoneada de encajes y bordados que le confieren sutil corporeidad. El Renacimiento redivivo. El comisario de la muestra, Eduardo Mármol, ha tenido el acierto de encomendar a la sensibilidad de José Luis Rey el montaje de unos bodegones en los que se reconocen algunos de los objetos dibujados, como si los cuadros se desdoblaran y adquiriesen corporeidad.

Como final del recorrido aguarda al espectador la reconstrucción del estudio del artista, presidido por la magna obra que la prematura muerte no le dejó terminar, Homenaje a Córdoba , en la que lleva a un óleo de gran formato la perfección de su dibujo minucioso y la magia de la luz, que reluce en las tres muchachas protagonistas, nimbadas de espiritualidad. En ese estudio recreado aparecen los pinceles, las espátulas, los lápices, el sillón, los muebles y hasta la mesita blanca cubierta con el cristal que le servía de paleta, mientras en las paredes cuelgan bocetos, dibujos clásicos y obras inacabadas. Tan logrado está el clima que parece como si Emilio Serrano fuese irrumpir de un momento a otro en el estudio dispuesto a terminar la obra inacabada. Vana ilusión, aunque su fulgor permanece vivo entre nosotros, iluminándonos.

*Periodista