Camino de La Fábrica iba todo el pueblo los domingos por la tarde para ver los partidos de fútbol del Villaralto en un cercado grande donde jugaban Juanito Enrique y Julián el Español contra equipos cercanos. Más adelante, cuando ya había campo de fútbol, el mismo día de la semana se cortaban las carreteras cercanas al estadio para que los espectadores pagasen su entrada. Y luego, cuando la Diputación organizaba el fútbol provincial en los mundialitos cogíamos el autobús después de comer, incluso en pleno Carnaval, y nos íbamos a animar al equipo, aunque fuera en Fuencaliente, por Ciudad Real, algo alejado de la frontera cordobesa. Allí ya jugaba Pablitos, que consideraba que las espectadoras que lo aclamaban estaban inmensas. En Córdoba, en El Arcángel de Rosendo Hernández, ví, cuando ya abrían las puertas del estadio, el final de un partido contra el Barça en aquellos tiempos en que el fútbol no estaba todavía en la televisión. Cuando en los pueblos, colegios e institutos los muchachos jugaban por las tardes al fútbol, casi el único alimento que les llenaba y encima no engordaba, que estaban casi esqueléticos. Ese entrenamiento del fútbol como juego, deporte y pertenencia a un grupo de aficionados nos hizo a los españoles amantes de los equipos que componían, sobre todo, la Liga de Primera División, donde lo mismo conocíamos a los jugadores del Atlético Bilbao, que a los del Madrid, del Barcelona o del Valencia. Un deporte pobre que solo necesitaba una pelota para mover a 22 jugadores, que por las tardes jugábamos en la ermita de Villaralto o en el Patio de los Mártires del Seminario, se incrustró en el corazón de los españoles de tal manera que una ciudad o una provincia no alcanzaban su grandeza hasta que no tenían un buen equipo. Y así ha seguido hasta que la llegada de Messi y Cristiano Ronaldo lo ha disparado a los cielos de un mundial y atractivo negocio. Y en ese tiempo en que el Córdoba CF había pasado por dos estadios y conquistado el alma cordobesista viene la sociedad anónima a romper el entusiasmo de la afición. Afortunadamente, hace dos semanas, al salir de ver al Córdoba por la tele, unos aficionados iban diciendo en contra de sus dueños: «El Córdoba somos nosotros». Y eso que había perdido.