El eterno problema catalán, hace tiempo convertido en cáncer, tiene ya metástasis que invade todo el tejido nacional amenazando su supervivencia. Y hay partidos de la oposición exigiendo saber el curso y contenido del nuevo pasteleo PP-CIU. No desde luego el PSOE, enredado en la búsqueda de argumentos que justifiquen su vaciedad. Y es que se avecina una nueva victoria del nacionalismo.

Confío en que alguna vez llegará a entenderse cómo los nacionalismos, a los que siempre adjetivo como reaccionarios, quizá sean pacíficos, pero nunca moderados. Y además, siempre son maximalistas a largo plazo, porque no pactan o acuerdan sino que cubren etapas.

La nueva fase del episodio, la nueva etapa, resulta del mayor interés porque a pesar de haberse iniciado aprovechando la profunda e integral crisis nacional española, ha quedado muy bien diseñada y preparada para su ejecución. Naturalmente me refiero al señuelo del soberanismo que ya se contornea en el horizonte como esplendor de tierra prometida.

Pero parece que a Cataluña --quiero decir a sus mediocres dirigentes-- le sorprendió la profundidad y persistencia de la crisis.

No lo duden, Cataluña está arruinada. Ya me dirán qué transición a la soberanía les espera. Y no es cuestión baladí, su deuda alcanza casi 51.000 millones de euros, tanto como Valencia y Andalucía juntas. Casi como Madrid, Castilla la Mancha, Galicia, Castilla León y Baleares juntas. Pero hay más datos, por dejar delimitado el problema. Cataluña debe a la banca extranjera más de 6.600 millones y ocupa el cuarto lugar de España en renta per cápita, a 3.500 euros del País Vasco y más de 2.000 de Madrid, que por cierto recauda el 41% del IRPF de España, el doble que Cataluña.

Quiero decir con todo ello que Cataluña está muy tocada como tierra de promisión y necesita urgentemente más de 7.000 millones de euros para respirar. Así se entiende que su dependencia del FLA sea total. Se llevó el 40% de lo repartido. Ya veremos si se devuelve y cuando.

Pues nada, primero intentarán y seguramente lograrán que España se encargue de las deudas y ellos seguirán con la monserga de la soberanía. Para eso está Rajoy muy solícito y seguramente predispuesto. De hecho, su mosquetero Montoro ya ha proclamado a los cuatro vientos la viabilidad del Estado Autonómico. En eso está tan desacertado como en las cifras de déficit. A los pocos días le llaman la atención hasta los burócratas de Bruselas que tampoco constituyen un modelo de coherencia y rigor. ¿Cuánto tardará en decir lo contrario? Por de pronto están dispuestos a fijar los objetivos de déficit a la carta. Cada autonomía el suyo y el de Cataluña para todos. Una nueva patada a la Constitución. Y de nuevo las balanzas fiscales. Terminarán por hacer estadista a Zapatero.

Desde luego armazón teórico no les falta a estos euronacionalistas. Ahí está Mas-Colell, un diablo insolidario, con su cántico al expolio fiscal y su nueva teoría del superávit primario. Es decir, déficit sin peso de deuda. Como si eso no ocurriera al Estado en su conjunto, que este año necesitará 40.000 millones para el pago de deuda, es decir el 4% del PIB. ¿Cual sería el superávit sin la carga de deuda?

Al final se llegará a presagiar que la gran cuestión de la Nación española no es de coyuntura sino de estructura, permanente, casi vitalicia. Salvo que entre todos se ponga freno a la estampida enloquecida de las autonomías.