Hace dos décadas, el mundo enloqueció con aquello de la llegada del 2020. Los informativos vaticinaban todo tipo de colapsos, comenzando por los cajeros automáticos. Ningún sistema informático estaba preparado para la llegada a tal cifra o algo así recuerda la Ana de 10 años que entonces era. Al final llegó el 1 de enero de 2000 y fue una mañana como cualquier otra en la que bajé con mi padre a por el periódico y el pan. No hubo ninguna debacle. Fue un día de Año Nuevo como cualquier otro.

Con 2020 sí que ha llegado algo que no ha dejado indemne a ninguna de nosotras. Las personas que se sentaron a las mesas de Año Nuevo ayer no son ni de lejos las que eran el 1 de enero de 2020, con toda esa ilusión y planes fracasados de atemano que llamamos propósitos. Todas hemos sufrido como cerdas en una matanza. Y nos hemos desangrado tanto tanto tanto y nos han dejado llorar y procesar nuestras pérdidas apenas nada, así, en frío (con suerte tras un cristal y dando gracias), que no sé cómo podrá manejar nuestro cuerpo tantos litros de lágrimas sin ocasión de ser derramadas, porque rápido, ya, otra tragedia, acontecía la debacle y vivíamos de luto en casa. Todos los días eran iguales. Perdimos la noción del tiempo.

El 2020 sí que ha hecho que pase Todo lo que importa y está en juego en la vida y que no pase Nada al mismo tiempo. Dichoso Efecto 2020. Planes y más planes cancelados, una ilusión asesinada cada uno de ellos. Nos ha hecho caer tan bajo, ensanchar tanto nuestros límites, que estamos a 0, perdidas y desorientadas. Puto 2020.

El año que todas no veíamos la hora de que acabara. Parece mentira pero lo ha hecho. Yo aún no me lo creo. Me siento presa de ese Efecto 2020 y sin ninguna expectativa ni ilusión. A 0. Sin ser consciente de si ha pasado un año o de si empezamos o seguimos en cuál. Ya no creo ni espero nada, porque cuando la vida te jode tanto como este año aprendes que es mucho más puñetera que la ficción y siempre, aunque parezca que no, puede ir a peor. Siempre. De momento, ya ha cambiado nuestras vidas de maneras que aún no somos capaces de advertir. ¡Claro que las personas que se sentaron a las mesas de Año Nuevo no son las mismas que eran y puede que... ya no saben nada! Y da igual. Al final, todo sigue y pasa con o sin nosotras.

*Escritora y periodista