La asignatura principal de la llamada «ley Celaá» es la ideología y no aquello que pregonaba Antonio Machado en el instituto de Baeza donde impartía francés. Durante mi visita recordé el poema dedicado a sus alumnos: «Que estudian monotonía con lluvia tras los cristales». Me imaginé a su Juan de Mairena examinando a un alumno:

«¿Sabe usted algo de los griegos? --Los griegos... los griegos eran unos bárbaros. --Vaya usted bendito de Dios», naturalmente suspendido.

Lo contrario de lo que propugna la nueva-vieja ley, un calco de la ley de Zapatero, con un brochazo de seudomodernidad. «Los niños no pertenecen a los padres» como ha venido ocurriendo en los totalitarismos de antes y de ahora. La Lomloe muestra «sesgos ideológicos» se dijo en el debate del miércoles en el Congreso, porque los padres son los verdaderos responsables de la educación de sus hijos. «No hagan de la educación un arma política ni un instrumento ideológico». Un clamor en el desierto pese a que la ley «rebajará la calidad» del sistema educativo. Se diluye la meritocracia, ya que el suspenso será una excepción. ¿Qué diría de todo esto Giner de los Ríos, tan exigente con una educación integral para formar ciudadanos libres y responsables; y tan opuesto al espíritu sectario, mediante el pensamiento y la reflexión? «Hemos renunciado a la aristocracia del espíritu» nos dice el filosofo Fernando Savater. La escuela primaria y secundaria debe formar personas. La ejemplaridad empieza con la educación. Los a favor de la Lomloe dirán: «Ejemplaridad para qué», parafraseando a aquello de Lenin y la libertad.

* Periodista