La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) anunció ayer desde su sede de París una nueva desaceleración del crecimiento mundial, que cifró entre tres y cuatro décimas menos que en su última previsión, y lo dejó en el 2,9% para el 2019 y en el 3% para el año 2020.

Las razones son conocidas: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la amenaza de un brexit sin acuerdo y el exceso de deuda privada ligado a la falta de solvencia. La distensión que pareció obtener el presidente francés, Emmanuel Macron, en la cumbre del G-7 en Biarritz no parece haber convencido a los analistas que, a su diagnóstico de los últimos meses, han sumado dos nuevas alertas de inestabilidad: el precio del petróleo tras el ataque con drones a los pozos de Arabia Saudita y el «agotamiento» de las políticas monetarias de los bancos centrales. De todo el panorama, este último punto es el más inquietante. La bajada de tipos de interés de la Reserva Federal de Estados Unidos el pasado martes y del Banco Central Europeo (BCE) de la semana pasada ya no se interpreta que tengan la capacidad impulsora frente a tamañas amenazas para actuar como un revulsivo. Al menos, con la fuerza suficiente.

El pronóstico de la OCDE coincide de alguna manera con el último informe del Banco de España en el sentido de que la Unión Europea no está preparada para afrontar una nueva crisis. Un hecho que si llegara producirse sería más grave que la misma crisis que tantos auguran. Pero lo cierto es que los 27 estados miembros no tienen en este momento otra política económica que la que hace Mario Draghi desde el BCE, basada en la reducción de tipos hasta generar inflación y en la compra de deuda de los estados y de los bancos para enterrar los créditos insolventes.

Los economistas más serios niegan que esta inestabilidad a la que alude la OCDE desemboque a corto plazo en la temida recesión. El dato de crecimiento de Alemania en este tercer trimestre será decisivo para despejar los malos augurios, pues su retroceso del último semestre han generado una gran preocupación. A pesar de ello, cunde la sensación de que los gobiernos no solo no están haciendo lo que deberían para evitar una nueva crisis, sino que algunos, como los de Estados Unidos y Gran Bretaña, están empeñados en provocar un cataclismo con sus políticas erráticas y desafiantes, basadas en la desunión de actores que hasta el momento habían mantenido al menos un equilibrio precario. Hacía décadas que no asistíamos a ejercicios de irresponsabilidad tan graves como estos. Quizá desde el crack del 29. Lo correcto sería pedirles que vuelvan a la ortodoxia que ahora no puede ser otra que las políticas expansivas, al menos, como pidió Draghi la semana pasada, en aquellos países que tienen margen fiscal para hacerlo.