España está abocada a repetir elecciones generales, las cuartas desde el 2015. La ronda de contactos del rey Felipe VI con los líderes políticos terminó con la decisión del Monarca de no proponer candidato a presidir el Gobierno, con lo que salvo espectacular giro de guion en las próximas horas el reloj constitucional lleva inexorable a una convocatoria electoral el próximo 10 de noviembre. La incapacidad de los líderes políticos de armar una mayoría suficiente para investir a un presidente del Gobierno condena al país a varios meses de incertidumbre y de inestabilidad en unos momentos cruciales.

La repetición electoral ha sido un fracaso en primer lugar de la izquierda. PSOE y Unidas Podemos han sido incapaces de pactar una fórmula de colaboración que antes de las elecciones de abril --y una vez celebradas estas-- se daba casi por segura. La desconfianza, el tacticismo y la mala relación entre sus dirigentes han lastrado unas negociaciones que en julio duraron unos días y versaron únicamente sobre cargos, sin abordar acuerdos programáticos, y que tras el verano han sido casi inexistentes. En el debe de Pedro Sánchez queda que vuelve a perder una investidura y la imagen de que negociaba con un socio al que en realidad no quería. En el de Pablo Iglesias, que de nuevo contribuye a frustrar un Gobierno de izquierdas. En el de ambos, que el electorado progresista se sienta desorientado y desmotivado, lo cual implica un alto riesgo de desmovilización el 10-N.

La derecha tampoco sale indemne de estos meses, instalada en el bloqueo permanente. El Partido Popular no ha practicado la altura de miras que exigió al PSOE en el 2016. Y el partido de Albert Rivera ha renunciado a ejercer el papel de bisagra. La oferta final de Cs ha sido más un acto electoralista ante unas elecciones que teme que la expresión de una voluntad real de evitar el bloqueo político en España.

Entre bloqueos y líneas rojas, España afrontará con un Gobierno en funciones la sentencia del juicio a los líderes independentistas catalanes, la recta final del brexit y los crecientes nubarrones de la economía tanto a escala europea como española. Un Gobierno por definición débil, en un momento en que en la arena catalana, española y europea la calma y la estabilidad serán más necesarias que nunca. Y todo ello para afrontar unas elecciones que los sondeos indican que no alumbrarán una mayoría suficiente de un partido ni posibles pactos muy diferente a los de abril. Es posible que los actores que han fracasado durante estos meses se encuentren tras el 10-N en posiciones similares. España es rehén de un intolerable bloqueo político.