Frente al borreguismo de las masas, a las pandemias de las modas, al contagio de gustos inducidos por la publicidad y el márketing, al mimetismo de credos e ideologías, al seguidismo de los ‘fake news’, que intoxican la mente de ignorantes abrumadosde información que no distinguen el grano de la paja, del «café para todos» que nos inunda; destaca lo exclusivo, se paga lo especial, sobresale el despertar de las minorías, se cotiza la cocina de autor, de los ‘talents show’, emergen el balón de oro y los deportistas ‘top’, los premios de excelencia universitarios y todo el que se mueve de la foto cualquiera que sea su valía particular que lo eleva sobre el resto.

Sin desmerecer al personal, uno tiene la convicción de pertenecer a una generación peculiar: puente entre siglos, culturas y hasta formas de ver la vida, que creció con unos modelos de familia y patrones de conducta que hoy se cuestionan. Una generación en vías de extinción, que se esfuerza en adaptarse a un mundo al que, perteneciendo, no reconoce en muchos casos.

La generación que nació en los años 60, esa que se apretaba en el 600 y el 8,5, que comía pan con aceite y aquellos ‘negritos’ que vendían en la Candelaria, que quedaba con los amigos para echar un partido de fútbol --un desafío en la jerga propia-- en la acera de la calle o en el descampado más próximo, sin más balón que una lata ni más portería que dos piedras. La generación de la Educación General Básica o EGB, de las pizarras de tiza, los payasos de la tele, las universidades laborales, los cines de verano y las tardes en los parques, que escribía cartas a mano y remitía postales si tenía suerte de ver el mar o experimentar algún viaje aún no lejano. Esa generación que ha pasado de lo analógico a lo digital, del blanco y negro al color, del VHF y UHF a la televisión de pago y a la carta, de las cabinas telefónicas y la centralita del pueblo al smartphone inteligente.

Tengo claro que no renunciaría a todos los avances y mejoras que hoy disfrutamos. Pero cuando ahora escucho que la primera causa de muerte entre los jóvenes de 14 a 35 años en nuestro país, muy por encima de accidentes y enfermedades, es el suicidio, y que los delitos que más crecen entre los menores son los de maltrato familiar, me cuestiono cuál es nuestra cuota de responsabilidad y me siento parte de una edición limitada que lucha por adecuarse al ritmo y los adelantos del mundo en que vive, pero que quiere salvar lo mejor de los valores y esencias con los que fue educada, purgando siempre lo tóxico de ideologías totalitarias en todos los sentidos, frente a todas las contradicciones del camino.

Seguramente, a ustedes, todo esto no les parecerá más que una reflexión aburrida y calenturienta de una tarde de verano. Y quizás lleven razón, y en lugar de una edición limitada no sea más que una mala copia. Eso sí, made in Spain.

* Abogado y mediador