Cuando la corte de Felipe II era el no va más y nuestro paisano Ambrosio de Morales recorría España haciendo informes para el monarca y rapiñando reliquias, libros y documentos para enriquecer las colecciones de El Escorial (no consiguió las del apostol Santiago, aunque descubrió las muchas mentirijillas del Códice Calixtino), cuando España era la gran potencia del mundo, digo, los ingleses que nos visitaban destacaban la excesiva frialdad y formalidad de trato de los españoles. Decían que éramos estirados y poco expresivos, al menos las clases altas, y eso ponía incómodos a los súbditos de la primera reina Isabel, la famosa Reina Virgen. Quién lo hubiera dicho. Se ve que el poder arrastra frialdad en el trato, y la excesiva autoestima, aunque ayuda a triunfar, va acompañada de esa indiferencia despreciativa que tanto hiere a las gentes sencillas y cariñosas.

Ahora, y desde hace quizá varios siglos, son los británicos los que nos parecen a los españoles fríos, distantes y con un excesivo corsé de superioridad. Dicho en líneas generales y acudiendo al tópico, que luego cada persona es un mundo y puede encontrarse un trato muy cordial en la mayor parte de los british. Pero eso de la autoestima lo tienen muy claro. Son ellos y nada más que ellos, y las décadas de convivencia en la Unión Europea se las acaban de sacudir. Muchos ciudadanos del Reino Unido están en contra, quizá si se repitiera el referéndum el resultado no sería a favor del brexit, pero, si su economía no se viene abajo, posiblemente pronto el sentimiento mayoritario sea la satisfacción por haber dejado al continente aislado. Y, además, como comenta hoy en este periódico el guitarrista cordobés Paco Peña, la tradición democrática del Reino Unido es tan sólida que eso de repetir votaciones porque no agraden del todo los resultados ni se contempla. En los relatos breves de Conan Doyle se aprecia muchas veces ese espíritu competitivo que les lleva a ser un país de apostadores que aceptan sin rechistar el resultado. Aunque en este caso la crispación social llega a parecerse a la de Cataluña, lo que indica que vamos para atrás en todas partes, como los cangrejos.

El Reino Unido ya va solo. Gibraltar estaba en contra del bréxit por la comodidad que le daba el paraguas de la UE, no por otra cosa. En el disgusto que muchos se llevan por esta ruptura, los que tienen duro el oído se preguntan si merecerá ya la pena que les implanten el chip del inglés. Al menos todo el mundo sabe decir good bye, aunque en este caso optamos por «ea, quedad con Dios», y ojalá se cumpla eso de «tanta paz lleves como descanso dejas, pérfida Albión». Lo de la paz se antoja imposible: las cosas seguirán complicándose cada día, y Jonhson querrá llevarse hasta el peine del lavabo de Bruselas. Con todo, conste que los queremos y los admiramos, salvo cuando vienen a hacer balconing.