Hoy jueves, muchos estarán pendientes de la moción de censura presentada por el partido socialista al Gobierno de Mariano Rajoy. Otras personas, seguro que ni prestarán atención. La sociedad española se está cansando de la política nacional, con la manifiesta corrupción del partido del gobierno, según la sentencia del caso Gurtel, los plesbicitos draconianos, émulos de aquellos del franquismo que votaras lo que votaras se superaba el cien por cien, con un sí que siga; no que no se vaya; a ello, debemos sumarle el espectáculo diario de los independentistas y la división de la sociedad catalana. Se pudiera sacar la fácil conclusión: que todos son iguales, qué más da. No, por nada del mundo caigamos en esa trampa.

No todos somos iguales. El príncipio de honradez sobrevive en cientos de concejales y alcaldes, que cada día se entregan a los proyectos políticos locales, a la realidad del día a día, lo mismo estar elaborando un presupuesto que coordinando las tareas de un grave incendio o buscando a un ciudadano con alzheimer que se ha perdido por caminos y montes. No se crea eso de que todos somos iguales. La sociedad distingue el valor del trabajo, de la honradez, de la eficacia, de la generosidad, de estar junto a los ciudadanos. No perdamos la emoción del trabajo público, la emoción de construir un mundo mejor.

La realidad no es el telediario, eso tiene manipulación desde el minuto cero. La telerrealidad no es una isla de sobrevivientes sino millones de personas contribuyendo a mejorar nuestro país. Gente con emoción que se asocian para trabajar por nuestros mayores, mujeres, niños, jóvenes, enfermos con disfinción física o psiquica; empresarios y trabajadores con la emoción a flor de piel para prosperar, o funcionarios comprometidos para ser más eficaces en la maquinaria de la administración. Sí, estoy seguro, que son más personas las instaladas en la emoción constructiva que luchan por mejorar la vida de nuestros pueblos.

* Historiador y periodista