Los saquitos térmicos con aloe-vera del mercado navideño de Las Tendillas entretienen al Gran Capitán que mira a los chorros de la fuente en este mediodía de sol apetecible que se refleja en el reloj que toca las horas con sonido flamenco, ahora que se cumplen siete años desde que fuera declarado en Nairobi Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Es el disfrute de Mateo Inurria, el autor de la estatua, al que acaban de inaugurarle una exposición como homenaje por el 150 aniversario de su nacimiento en la Escuela de Arte que lleva su nombre, al lado de Góngora, frente a la Trinidad, una localización que contiene parte del alma de Córdoba. Como también se encuentra el espíritu de esta ciudad en la Delegación de Cultura de la Junta, frente al Ayuntamiento, en la Capitulares sin tráfico, por donde se extendía el Templo romano hacia el circo. Hay que encerrarse de vez en cuando en silencio, como en unos ejercicios espirituales o en un día de retiro, para recorrer los itinerarios de los hombres preclaros de esta ciudad que todavía esconde demasiada belleza.

A Ricardo Molina, que nació en Puente Genil, pero que se vino a Córdoba y fue «el verdadero espíritu de Cántico», le han colgado la exposición Dulce es vivir por los cien años de su nacimiento en este espacio que fue el primer Ayuntamiento de la democracia tras la guerra civil, donde le hice mi primera entrevista a Julio Anguita, que tenía en la mesa de su despacho una estatuilla de Lenin. Precisamente Ricardo Molina fue asesor del Ayuntamiento de Córdoba a mediados de los 40, con la guerra ya terminada --pero empezando el tiempo de una dictadura que no acabaría hasta noviembre de 1975, cuando murió Franco--, lo mismo que articulista en el Diario CÓRDOBA, amante del flamenco y, sobre todo, con una vida dedicada a la palabra «viendo la lluvia, el sol, los carros, los mendigos...». Y con tiempo para estrenar en el Patio de los Naranjos la obra de teatro El hijo pródigo en 1946, ser un entusiasta de la literatura, la historia, la filosofía y la música y pertenecer a la Peña Nómada que formaron los de Cántico para recorrer tabernas, aunque por ser «El sobaco ilustrado» fuera siempre con un libro bajo el brazo. Hay mañanas en que Dulce es vivir en Córdoba.