Eduardo García era una poética de la cordialidad, de un calor vital que te abrazaba en el acercamiento de su voz. En todo este tiempo no he dejado de escucharlo: releyendo La lluvia en el desierto, su poesía completa cuidadosamente editada por Vandalia, las cuerdas vocales de Eduardo se vuelven a activar cuando un hombre mira a otro hombre en la ventana, con su luz de silencio. También en esa copa frondosa de energía y ramaje en la que sigue construyendo nuestra casa, que ahora nos acoge en la asociación Casa en el Árbol, continúo escuchando el timbre de Eduardo como una sorpresa musical que se enciende en el aire. Algo de eso se propone en Dudú, el disco de Luis Medina y Javi Nervio sobre poemas de Eduardo que se presenta esta noche en el Gran Teatro. Así llamaban en su Sao Paulo natal al niño que Eduardo García fue, que sigue siendo: Dudú. Es un libro-disco homenaje en el que han colaborado la asociación Casa en el Árbol y la Concejalía de Cultura, pero es esencialmente otro regreso a ese fondo armónico de tensión y ternura que había en su voz de vuelo, ahora en otras voces, otros temperamentos que ya se habían encontrado con él. Javi Nervio se adentró en ese territorio experiencial, de juventud lúcida y honda ante la fugacidad de todo en Las cartas marcadas. Eran los 90, cuando el final de la gran fiesta había dejado un lento desencanto en los amaneceres del domingo. Luis Medina, en cambio, se ha ocupado de un espacio más intimista y cercano al hombre que surgió desde esas cenizas, ya con la sombra del tiempo aquietada en los ojos como una presencia ante el asombro. Había algo en él de acecho y maravilla, de un infinito amor a la poesía y su gente. Algo de argamasa de hilos nobles. Cualquier motivo es bueno para hablar de Eduardo, para encontrarse en él. Dudú, su nombre niño. El roce de palabras que nos continúa imantando desde un bosque que fue diáfano y fresco, horizonte o frontera de una voz que regresa y nos sigue cuidando.

* Escritor