M.L.A. fueron fueron las iniciales onomásticas que revistieron e identificaron civilmente la persona y cuerpo de un médico que, proveniente de las tierras más profundas del antiguo Santo Reino, prestó inestimables servicios galénicos durante el tardofranquismo y el rutilante comienzo de la democracia en una importante población de los aledaños de la Ciudad Condal. En escalones modestos de la excelente asistencia sanitaria de dicha etapa, el desempeño de su noble oficio se caracterizó por la entrega absoluta y el alto voltaje de una cordialidad en verdad sin límites. Por fortuna, y a redropelo del comportamiento habitual de nuestra sociedad, su comportamiento fue reconocido póstumamente con una placa erigida a su nombre en uno de los establecimientos públicos que se enriqueció con su admirable labor.

Español por los cuatros costados y un mucho refractario a las actitudes intransigentes a los «charnegos» que ya, a las veces, mostraban por aquel entonces ciertos sectores catalanes de acrisolado pedigrí telúrico, hodierno experimentaría de seguro la más severa reluctancia frente a la adhesión sin reservas de dos de sus hijos al núcleo duro del procés.

De nascencia barcelonesa y casados con dos mujeres de hondas raíces en el Principado, ambos llevan a cabo estos meses con ardimiento peraltado una tarea proselitista distinguida por un sectarismo antiespañol que removerá con atropello las cenizas de su buen padre. El horizonte de fecunda concordia con el que este soñaba en la ilusionada Cataluña del inolvidable estadista Josep Tarradellas, no solo no ha materializado, sino que con el trascurrir de los días semeja cada vez más distanciado de hacerse realidad.

Cara a panorama tan sombrío, un político ilerdense de ascendencia camboniana, devastado por la cainita coyuntura actual, ha exclamado con inocultable angustia: «¡Es el momento de los estadistas!...». Sin duda. Pero ninguno se atisba a una y otra orilla del Ebro. Fundadamente podemos creer que una colectividad como la española no será cicatera en el alumbramiento de personalidades del relieve imprescindible para abordar con éxito siquiera parcial situaciones de la gravedad presentada a la fecha por la relación entre Cataluña y el resto del país. Mas la esperanza no es un factor que tenga gran peso en las negociaciones políticas de envergadura. Ciertamente, en su guadianizada existencia en las actuales entre «el Govern» y «Madrid» no posee una discreta visibilidad; más bien, al contrario. El drama familiar más atrás descrito -uno de los innumerables que podrían igual y lancinantemente recordarse en la tensionada geografía del Principado-- nos hace creerlo así. Empero, con todo sería un agravio a la limpia memoria del esforzado e idealista médico jiennense que, a lo largo de muchos años de bregar, soñó con una convivencia equilibrada y armónica entre las gentes que quemaron su vida con el anhelo de verla plasmada en la actuación de sus descendientes más directos.

* Catedrático