A principios de marzo estuve en Madrid y solo vi a tres personas con mascarilla. Me sorprendió. Ya desde principios de año llegaban noticias de lo que ocurría en China. Sin embargo, pese a la lejanía de aquel país, supimos que a Italia empezaban a llegar los contagios. Solo las personas con sentido común percibieron que gracias a las líneas aéreas, China no estaba tan lejos; y de España, menos aun Italia. Lo que entonces no percibíamos con claridad es que nos infectaba un segundo virus: el de la ideología. Había que celebrar las anunciadas manifestaciones feministas. ¡Qué alborozo en los cánticos de aquellas mujeres! Nos dimos cuenta de que el coronavirus nos había cogido sin mascarillas. La solución fue anunciar que no era imprescindible esa defensa. Algunos países como Alemania si fueron previsores y desde el principio se prepararon para lo peor. Como no competía el covid-19 con el otro virus, el de la politización ideológica, hicieron bien las cosas con un comportamiento responsable y racional. No hubo necesidad de emular a nuestro presidente que al finalizar el confinamiento dijo: «Hemos salvado la vida a 400.000 personas». Salíamos de cara al verano «más fuertes». La ideología y por lo tanto el faltar a la verdad, se impuso a la realidad.

He vuelto a Madrid la pasada semana y todo el mundo llevaba mascarilla. Arreciaba la segunda ola y el presidente se refirió a la vacuna: «Somos los primeros con Alemania». Mayor Oreja, en la Universidad Menéndez Pelayo, dijo: «La decadencia de la democracia radica en la mentira». Y citó la frase de un conocido político: «Eres útil si mientes».

* Periodista