El Partido Popular se ha caracterizado habitualmente por la disciplina interna. La disidencia siempre ha estado reducida a casos aislados de dirigentes con enorme personalidad; muchos de ellos ya víctimas del marianismo. Sin embargo, esa disciplina ha sido compatible con una doble sensibilidad. Por ejemplo, Esperanza Aguirre pertenecía a un PP muy diferente al de Cristina Cifuentes. La primera reivindicaba las esencias, ideas conservadoras y liberales, y la segunda trataba de aparentar que representaba a una formación más moderna, más gelatinosa en sus políticas, con los principios más orientados al voto que a la convicción. Lo mismo ocurría con María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría o con la cúpula del PP y los representantes en el País Vasco, por citar algún otro caso evidente.

Pablo Casado siempre fue más de la vía Aguirre. Cuando llegó a la planta noble de Génova, tenía ante sí un panorama que le obligaba a apostar: principios y valores para frenar a Ciudadanos y a Vox o templarse para abarcarlo todo. Después de algunos titubeos, creo que ha optado por la primera opción con el deseo de recuperar votos por la derecha. Esto ha generado un gran malestar interno. Hay muchas personas en el PP que no se identifican con una postura restrictiva en materias como el aborto o la recuperación de competencias autonómicas.

Pero, sobre todo, el hecho de estar tan pendientes de Vox está provocando unos bandazos discursivos realmente sorprendentes. Hace unos días, el secretario general del partido, Teo García Egea, decía en un mitin: «Porque nosotros celebramos la Navidad, ponemos el belén, ponemos el árbol, celebramos nuestras tradiciones, nuestra Semana Santa y nos sentimos orgullosos. Y al que no le guste, que se aguante. Porque nosotros somos españoles». No sé qué quiere decir García Egea al vincular el nivel de españolidad con la cantidad de adornos navideños, pero suena a querer parecer más tradicional de lo que probablemente es. Además, añadió, en voz cada vez más alta: «Y defendemos la caza. Y defendemos que quien quiera ir a los toros, que vaya. Y al que no le guste, que no vaya. Pero que no se prohíbe nada. Ya está bien».

Y todo, después de que, entre las numerosas causas de la irrupción de Vox en Andalucía, los expertos hayan señalado también los toros y la caza. El discurso suena poco genuino. Suena bastante oportunista. Suena raro. El PP es creíble cuando defiende la aplicación del 155 en Cataluña, porque ya lo ha hecho una vez. Y nos consta que le pareció útil. Sin embargo, cuando repentinamente se pone a hablar a gritos de belenes, árboles, caza y toros, creo que olvidan que también es tradición elegir al original frente a la copia.

* Periodista