Las grandes ciudades tienen, entre otros, el atractivo de una variedad de actividades de las que carecemos en otros lugares. Se trata del eterno debate entre las ventajas e inconvenientes de los núcleos urbanos en función de su tamaño. Pero no voy a hablar de las exposiciones, del teatro o de los cines, sino de la diferencia entre dos actos que concurrieron en Madrid, ciudad en la que me encontraba en la mañana del pasado domingo. Se celebró la fiesta de la bicicleta, miles de personas se concentraron con sus vehículos de dos ruedas en el eje Castellana-Recoletos-Prado, se conmemoraba el 40 aniversario de la celebración de ese día, siempre lleno de contenido reivindicativo. Como usuario urbano de la bicicleta, siempre estimo necesario el apoyo a ese movimiento, sobre todo por su contenido ético y de respeto al medio ambiente.

Al desplazarte en bicicleta se mezcla lo emocional, lo sentimental, con lo físico. Pedalear es un movimiento especial, a diferencia de otras prácticas deportivas, no golpeas nada, te mueves gracias a tu esfuerzo, no dependes de motores. Este verano cogí mi bicicleta después de no haber montado durante un año y de inmediato recuperé las sensaciones de siempre: el placer de sentir como si cortaras el aire, aunque en algún momento te encuentres con una cuesta, y sin embargo, el esfuerzo también se traduce en placer, los músculos se relajan en cuanto la carretera deja de estar inclinada, y no digamos si vas hacia abajo y te encuentras una curva que puedas tomar sin riesgo. Más allá de las pruebas deportivas con bicicleta, lo más importante desde un punto de vista colectivo es su uso como medio de transporte urbano. Se acercan las elecciones municipales y habrá que estar atentos a qué candidaturas nos ofrecen mejoras que favorezcan su uso, qué medidas estarán dispuestas a adoptar para dar seguridad a los ciclistas urbanos, que en su mayoría demuestran respeto por las señales de tráfico y por los derechos de los peatones. Utilizar la bicicleta significa también convertirte en defensor de valores positivos por cuanto se trata de estar al lado del bienestar colectivo. Hay quienes, al nacer sus hijos o sus nietos, los apuntan a un club de fútbol o a una cofradía, nunca se me ocurriría hacer una cosa así, pero tanto antes con mi hija como ahora con mis nietos me conformo con inculcarles el valor del respeto a los demás, que sientan atracción por la lectura y que les guste montar en bicicleta. Con ella obtuve buenos resultados, con ellos voy por buen camino.

Y al mismo tiempo que Madrid se llenaba de esos valores positivos, en la antigua plaza de toros de Vistalegre se concentraba la ultraderecha en torno a Vox, que representa la corriente que ya hemos visto crecer en otros países, tanto en Europa como fuera de ella. Los intervinientes defendieron un concepto anacrónico de España, a la cual calificaron de «viva», y coincidían con PP y Ciudadanos en pedir la celebración de elecciones. Por cierto que estos dos partidos supongo que denunciarán cuanto antes que Vox pretende romper España, pues el domingo anunciaron que iban a suprimir las autonomías, y como todos sabemos, el modelo de Estado autonómico está establecido en la Constitución, luego van contra ella. Ya imagino a Casado y a Rivera dirigirse a esta ultraderecha diciéndole lo importante que es respetar el texto constitucional. Por supuesto no faltaron otras lindezas, una joya de programa que sin duda veremos con detalle cuando se convoquen elecciones. De esas dos realidades de la mañana del domingo en Madrid, me quedo con los ciclistas, respetuosos, portadores de valores cívicos. Y espero que los ciudadanos no apoyen a un partido como Vox, que no viene acompañado de una fuerza de choque uniformada con correajes, pero que entronca con lo peor del pasado siglo XX.

* Historiador