El totalitarismo está que arde: vivimos asombrados la larga medianoche de la vida. No hace falta cambiar de canal, de soporte o de antena: la larga medianoche se apuntala en las esquinas de nuestro descanso, en el largo espesor de cualquier lágrima, en un pecho más hondo que su respiración. No es que nos asomemos a una crisis económica que puede ser más dura que la otra: es que todo nos nace dentro de su derrumbe, todo parece a punto de precipitarse hacia su salvajismo, por una hondonada sin final. El populismo, el mundo, los mensajes racistas, supremacistas, agresivos, el odio sistémico, la locura metódica que impone las condenas sin juicio a la presunción de inocencia. La precariedad y el miedo. Las violaciones múltiples. Los separatismos. Las palizas subidas a YouTube. Las injurias continuas con el hambre de incendios que no podrán apagarse. La política de grandes titulares, como prensa amarilla, ejercida por suplentes naturales con camisetas mojadas no del dolor ajeno, sino de una insolencia sin retorno que solo busca el impacto de una buena noticia. Es la retórica de las pistolas sin pistolas, por ahora. Los corazones en la oscuridad. Nunca los discursos extremistas han podido tener un calado más amplio, nunca la demagogia había formado una parte tan expuesta, tan consentida y múltiple en el arco de nuestras opiniones. Vivimos en un radicalismo o el contrario, solamente a golpe de likes o directamente a golpes. Es la medianoche del espíritu, es la medianoche de la ética.

Nadie lo ha sabido ver con más atino y más creatividad que Luis Artigue en su novela Donde siempre es medianoche, editada por Pez de Plata. El argumento: una ciudad italiana, Silenza, donde una mañana no amanece. Así siguen viviendo todos sus habitantes en la noche perpetua. De noche es de noche y de día es de noche. No amanece. Y la gente decide pasar el día a la noche, entre otras cosas, porque de noche pueden ver la luz de las estrellas y la luna, si aparece. La vida sigue aparentemente y nadie se marcha de Silenza, porque nadie quiere perderse el momento precioso del amanecer, suponiendo que vuelva a dibujare alguna vez el alba sobre sus cabezas. Mientras tanto, sigue la política, sigue la crisis económica, se siguen cerrando empresas, se siguen firmando ERES, la policía de Silenza sigue cargando contra los indignados, se siguen haciendo concentraciones en las plazas y los líderes públicos siguen asegurando que se saldrá adelante. Entre tanto el Sabueso Informativo, un fotoperiodista especializado en corresponsalías bélicas, aparece en Silenza para investigar lo que sucede, qué hay de cierto en los rumores de un nuevo culto extiendido por sus esquinas lóbregas: los seguidores del Anticristo Superstar. La degradación se va extendiendo, como en un lienzo en una coreografía brutal que parte de una imagen de Gutiérrez Solana para acabar en Bacon, con vísceras ardientes en los Autos de Fe que congregan a una ciudadanía sedienta de sangre. Es el mercado, amigos, como diría Rodrigo Rato. Es el ocaso de una sociedad que ahora asiste a su putrefacción.

Puede ser leída como una novela tragicómica, una fábula distópica a la manera de Fahrenheit 451 o una sucesión de hilarantes diálogos que, efectivamente, como reza una de sus frases promocionales --que en este caso es verdad-- podría hacer reír a Woody Allen. Pero, sobre todo, es una novela sobre la crisis económica, política y moral que nos ha devastado como sociedad, que nos ha hecho vivir esta medianoche interminable. Y esto se podría contar desde muchos registros. En la narrativa española, dentro de nuestra tradición más o menos habitual, lo extendido --y hasta cansino-- es hacerlo desde el punto de vista del costumbrismo radical o la objetividad fotográfica, casi notaria de la realidad. Pero faltaba un enfoque, también radical, también fotográfico, también realista a tope, desde la imaginación. Desde la fabulación. Desde la fuerza inapelable del simbolismo de lo que nos sucede, de esta lluvia ácida empapando los ánimos que han de despertar cada mañana, tan oscura últimamente, en este caso en plena medianoche, para volver a andar.

Donde siempre es medianoche, de Luis Artigue, es una de las mejores novelas que he leído este 2018, original y definitiva en el enfoque del mundo que nos propone, comprometida con la actualidad a la forma metafórica de Camus y creativa hasta la fiesta del lenguaje. Hay condena y fuego, poesía y redención en esta oscuridad. Si la lectura salva, tocaremos la fiebre del amanecer.

* Escritor