Alberto se afanaba en dibujar una tanga con tiza en el suelo, mientras Pilar trataba de enseñar a Rafa a saltar a la comba entonando canciones de dudosa calidad semántica. Con dos trozos de cartón y una tonelada de imaginación, nos convertiamos en los caballeros del zodiaco de la serie de animación que veíamos en televisión... Por supuesto, el juego estrella: el fútbol. por aquel entonces no había jugadores estrellas que se vanagloriaran de tener un perfume con su propio nombre (aunque creo que Villar ya andaba robando por ahí). A lo más que llegabas eran las volteretas del mexicano Hugo Sánchez y que más de un costalazo nos costaron tratando de imitarlo. Nosotros somos hijos de la tirita y la mercromina. Somos compañeros de fátigas del bocadillo en un mano y limpiarnos la otra en la camiseta. De hacer cola para comprar chuches en el puesto de María o de escondernos para ver las fotos de una revista donde se insinuaban curvas femeninas. Eramos enamoradizos de la nueva vecina que llegaba al barrio y como caballeros de la corte luchabamos por conquistarla. Culpables de romper algun cristal con un improvisado tirachinas, fabricado con la boca de una botella y un globo (mamá, te juro que fue un accidente). Eramos niños con todo lo que esa palabra significa.

¿Por qué esta retahíla de recuerdos del pasado? Porque hoy día a los niños se les prohibe ser niños. Y entiendo que los tiempos cambian pero no siempre para mejor. La mitad de las plazas de la ciudad tienen señales de prohibido jugar a la pelota. Puede que te multen si pintas algo sobre la acera con tiza. Supongo que muchos padres dirán «¿para qué me voy a preocupar si a mi hijo le pasa algo en la calle, pudiendo estar en su habitación con la última videoconsola del mercado?». Alucino con padres liándose a mamporros porque sus hijos son amonestados en un partido de fútbol federado.

Pues siento ser tan cruel, usted está idiotizando a su hijo. Aislandolo de un mundo que enseña más que muchas horas de televisión. De saber que cuando te caes sangras, pero de nada sirve llorar porque eso no te cura. Lecciones que hoy aprenderiamos mucho más si pudieran jugar con el niño de Africa que ha acogido la familia de al lado o ver que la niña chinita de la familia del cuarto es tan guapa como cualquiera. El respeto lo enseñan los mayores, pero lo afianzan los amigos. Tengo suerte de mantener muchas amistades de entonces y pocas me han defraudado. Es la suerte de haber sido niño y haberlo parecido. Pues eso, dejad a los niños ser niños. Se lo merecen.

* Escritor