V eo en la televisión, los periódicos, internet panorámicas del salón de sesiones del Congreso. Unas tres cuartas partes de los asientos, vacíos. ¡Qué extraña soledad! ¡Cuánta ausencia de esperanza! ¿Dónde estáis quienes deberíais estar? ¿Qué hacéis con la voz que os hemos entregado? ¿En qué cafetería o dormitorio dejáis el sueldo que nos confiscáis? Es triste el paisaje al que llegamos cada día para divisar nuestro horizonte. Los viejos políticos, sobrevivientes a todas sus tramoyas de pescar en río revuelto, de bañarse y guardar la ropa, alivian su caducidad colocándose la piel de cordero, y camuflan en ronroneos de gatitos aquellos aullidos de panteras, cuando antaño excavaban el cubil en el que ahora parimos las nuevas camadas para destrozarnos. Unos, escribiendo sus libros para mayor gloria y prez de su falsa memoria; otros, enterrados en el montón de nueces que fueron vareando con su astucia calculada, como si todos pudieran convertirse en pálidos olvidos. Los nuevos políticos, enmarañados en discursos para ver quién crea más violencia o más desidia, enredados en sus orgías de palabras sin espíritu, en mítines, discursos y, sobre todo, en ese último invento de dirigirse a los votantes, es decir, a nadie, desde las redes sociales. ¡Qué bien vino el marrullero invento de las autonomías!: reparto de poder y dilución de responsabilidades; artimañas perfectas para el enfrentamiento y para la injusticia en el reparto. Muchos himnos, muchas banderas, para que no sepamos nunca qué somos ni cómo nos unimos, por qué fuimos, por qué existimos ahora y por qué seremos en cada nuevo día. Aquí abajo, el pueblo sí se ve, nunca falta al pleno de cómo llegar a fin de mes, triturado en harina y convertido en manipulada masa de estadísticas refritas, descongeladas y vueltas a congelar; trigo enajenado para amasar con él mentiras frente a la verdad de no ser nada, filas que esperan para formar parte de otra fila y otra fila. Tres cuartas partes de la vida dedicadas a hacer cola, a esperar turno, y nunca llega el autobús, el día de una operación, el final de un trámite administrativo; nunca se llega a ningún sitio. Esperanzas que acaban en un inmenso hemiciclo de desesperación, y prometernos una y otra vez que nos van a arreglar la vida en un mundo feliz.

* Escritor