Ahora que los teledirarios son una fosa séptica en la que van cayendo exbanqueros, exduques, exministros, expresidentes y presidentes autonómicos, jueces y fiscales, sentencias y querellas, evasiones y mangazos, mientras crece la perplejidad entre los ciudadanos desnortados y desbordados por todos los límites de la decencia, la coherencia y la justicia, una pequeña noticia en la esquina del periódico ilumina tan triste realidad. Se la cuento por si no la escucharon entre tanto barullo. Una mujer, desconocida hasta ahora, ha dejado su herencia al Museo del Prado, una casa solariega en Toledo y una bolsa de 800.000 euros. La benefactora, de nombre Carmen Sánchez, deja dicho que su donación sea destinada a la compra y restauración de cuadros. La mujer falleció el pasado mes de julio pero ha sido ahora cuando a la cuenta del Prado ha llegado el regalito. Algo está cambiando, pues hasta ahora este tipo de donaciones postmortem siempre iban destinadas a la Iglesia y los conventos. Recuerdo al hilo de este sucedido que en mi pueblo, cada vez que el párroco llamaba a un mi amigo alcalde socialista para testificar en donaciones de beatas con patrimonio y sin descendencia, que dejaban cortijos, casas y billetes verdes a beneficio del Hospital Jesús Nazareno, el regidor le sugería que alguna vez podrían repartir al 50%, pues también aquellos dineros redundarían en el pueblo. Creo que el cura, administrador no sólo de almas sino también de haciendas, nunca tragó. En cambio, este gesto de generosidad por la culturización del pueblo también tiene mucho del espíritu salvador y saludable de los misioneros. Hablo de los misioneros de la República española que activaron las «misiones pedagógicas», aquellos universitarios, señoritos y señoritas, que se echaron a los caminos para recorrer los pueblos más recónditos, atrasados y olvidados de la civilización en España; poetas, pintores y músicos que creían que la senda más recta para llegar a la ética era la estética, como predicaba el ministro de Instrucción Pública Fernando de los Ríos en el Congreso de los diputados. Ahora en su retiro, aquel primer alcalde socialista de mi pueblo tal vez sienta nostalgia al escuchar la noticia de la buena mujer que ha dejado su herencia al Museo del Prado, y pensará que no estaba tan equivocado cuando al cura le argumentaba su fe en el bien comunitario, en la educación y la cultura como palanca transformadora de las sociedad rural, pero me temo que en viendo lo que algunos administradores públicos hacen con el dinero de todos no esté el personal muy dispuesto a propiciar la beneficiencia municipal.

* Periodista