Rehusar conocerse a uno mismo es un trágico mal. Muchas de nuestras furias comienzan al descubrir que, junto al énfasis desnudo de la simplicidad, lo esencial no pasa de primitivo y lo superior se ve extraño. La ignorancia es destructiva; sí, es una soledad desagradable muy alejada de las disciplinas de la inteligencia.

Hace pocos días, me acordé de don Ramón Gómez de la Serna: posiblemente, uno de los mejores analistas del carácter español; su genialidad no necesita presentación, con indiferencia y cierta lejanía supo sacarle jugo al sarcasmo y convertirlo en obra de arte. El humor que no va acompañado de cierta insolencia no es humor, es comicidad... De Gómez de la Serna destaco la limpieza de sus textos, sin despeinarse (sonrío) se ríe, y con ganas, de todo aquello que no excita su intelecto. Mi querido José Luis Alvite siempre decía que «los buenos escritores fabrican monstruos». Claro, junto a las máquinas de escribir, además de crear se juega. La verdad (sonrío), hay que tener cierta maestría para ser impertinente. No cualquiera puede serlo... Hay cosas que son concebidas para provocar. Junto al maravilloso mundo de los efectos están las causas. Gómez de la Serna combinó perfectamente la sociología con la prosa. Su virtuosismo transformó todas las formas de la literatura; sin intención (así opera la genialidad) supo sacarle partido a lo ilógico y lo convirtió en realidad comunicable. Junto al fondo de nuestro ser está el límite de nuestros gustos. Seguramente, si don Ramón no hubiera estado tan al margen de todo, a día de hoy su figura no sería el desdén del olvido.

Nuestra sociedad necesita analizar y de una manera rápida muchas cosas. Es necesario considerar que todo aquello que no es ruta intelectual carece de destino. Nuestra mente determina nuestra vida... Sin héroes intelectuales todo está perdido. H