Mi padre, que en paz descanse, me dejó dicho que no le dijera don a nadie y que no permitiera que me llamaran don Ramón. O Ramón a secas o, en su defecto, dr. Ribes en el ámbito profesional. Como en casi todo, seguí fielmente sus consejos pero toda regla tiene sus excepciones y solo hay una persona en este mundo a la que llamo don, a don José María Cabrera Montero, al dr. Cabrera, cirujano plástico, mi maestro en el arte de vivir.

Desde la Facultad de Medicina de Cádiz en los 50, José María es una estrella. No he conocido a nadie con tanto carisma, tanta fuerza, tanta viveza, tanta pillería y, sobre todo, tanta nobleza. José María, padre de niñas y un solo un varón, mi «hermano» Chema, que ha heredado muchas de las virtudes de su padre, me llama «mi niño» en un alarde de generosidad porque no siempre es fácil asumir «mi paternidad». Es una fuerza de la naturaleza, a sus casi 90 años desplaza la bola de golf más lejos que sus competidores tres décadas más jóvenes que él. Sus consejos golfísticos, salpicados terminológicamente con su picaresca habitual e interrumpidos por su respiración enfisematosa, no tienen precio.

He aprendido mucho de él, cuando me dijo un día que se puede decir la verdad siempre que esta no sea humillante para nadie me hizo reflexionar; con la verdad descarnada no se va a ninguna parte. La verdad hiriente y la mentira son dos caminos para no llegar a ningún lugar positivo. Me ha hecho pensar muchas veces. Después de mi padre, los mejores consejos de mi vida me los ha dado él. Se podría decir que mi progenitor y él eran totalmente diferentes pero tenían una cosa en común, los dos eran grandes personas con una enorme capacidad para generar que los demás los quisieran. Resumiendo, podríamos decir que mi padre me dio consejos para el día y don José María para la noche, uno me mostró una cara de la moneda y el otro, la otra, dos visiones complementarias de la misma realidad.

Pese a los golpes que le ha asestado la vida, nada ha podido impedir su sonrisa pícara y sus ojos vivarachos, los ojos de un hombre sabio con un enorme sentido del humor que ha vivido siete vidas, uno de los pocos hombres a los que les atribuyo categoría de My Way porque ha hecho toda su vida lo que le ha parecido oportuno.

Cuando me autoinvité a su nonagésimo cumpleaños, no tuvo otra ocurrencia que decirme, teniendo en cuenta su avanzada edad: «Tú puedes venir, el que no es seguro que asista soy yo mismo», otra genialidad más de las que jalonan la vida de un ser humano irrepetible, una personalidad indestructible, un hombre con una vida plena en el más amplio sentido de la palabra.

Ojalá que cuando mi periplo en este mundo concluya yo haya sido capaz de exprimir la vida la mitad que usted, mi entrañable y eterno don José María.

* Médico