Hay personas que se identifican tanto con su trabajo, que se mimetizan de tal forma con una empresa, que es difícil imaginarlas haciendo otra cosa que no sea la que siempre se les ha conocido o jubilándose. Pero el tiempo pasa, y antes o después llega la hora de la retirada. Mañana mismo lo hará, anticipándose unos años a lo que le hubiera marcado el calendario, Rafaela Belmonte Maldonado, quien durante casi dos décadas ha estado al frente de la Unidad de Comunicación del Reina Sofía, y tanto el hospital como los medios de comunicación cordobeses vamos a notar su ausencia. Sin haberse enfundado jamás una bata sanitaria, pues lo suyo siempre han sido tareas de despacho y pasillos, que recorrió mil veces al día en busca de noticias que transmitir, Rafi Belmonte lleva el hospital completo en la cabeza y hasta en la sangre, pues forma parte de una saga que le ha servido y sirve con dedicación. Su padre, Francisco Belmonte, trabajó muchos años en el área de mantenimiento, y su hermana Mercedes ejerce como secretaria en Pediatría.

Cada vez que le han dado un premio, y lleva unos cuantos recogidos -el último, en diciembre del 2015, el premio Hasdai Ibn Saprut de Comunicación, Relaciones Públicas y Protocolo-, Rafi Belmonte explicaba sin falsa modestia a cuantos la felicitaban por el reconocimiento que el Reina Sofía era su vida, y que no entendía dónde estaba el mérito de difundir los logros obtenidos por el centro sanitario -más que notables en sus 41 años de vida-, en alguien que, como ella, ha crecido como persona y como profesional a la vez que aquel. Y es que Rafi, por la que no parece pasar el tiempo -siempre guapa, elegante por fuera y por dentro y con la sonrisa a prueba de sofocones y penas-, entró a formar parte de la sanidad cordobesa prácticamente en calcetines. Hace 45 años que la contrataron como secretaria de dirección en la residencia sanitaria Teniente Coronel Noreña, luego reducida a cascotes tras muchos lustros sin uso. En 1981 pasó con el mismo puesto a un Reina Sofía todavía en pañales, con mucha más voluntad y esfuerzo por parte de sus profesionales que medios. Aún la recuerdo en el despacho del gerente, siempre simpática y dispuesta a facilitarte la tarea, sirviendo de puente entre una periodista que daba sus primeros pasos y la superioridad mientras se aplicaba ante la máquina de escribir para no perder comba en lo que se traía entre manos.

Aquella mediación debió de ejercerla no solo conmigo, sino con muchos más compañeros de la prensa, a la que nunca ha puesto más condiciones que el principio sacrosanto de ir con la verdad por delante y, a ser posible y sin ser incompatible con lo anterior, poner a «su hospital» por las nubes. Y, sin proponérselo, pues no era su cometido, lo hizo tan bien que en 1999 sus jefes dieron carta de naturaleza a su buena relación con los medios y a su impulso de difundir los avances médicos y el sentir de los pacientes, y le encargaron encauzar oficialmente la comunicación entre ambas orillas.

A ello se ha dedicado en cuerpo y alma esta mujer tenaz y cumplidora hasta límites extremos, a la que entre otras cosas se debe buena parte del crecimiento de las donaciones de órganos, gracias a numerosas campañas divulgativas en las que ha sido pieza esencial junto a la Unidad de Trasplantes, campañas que han convertido lo que en un principio era gesto generoso de muy pocos familiares de fallecidos en un deber ciudadano con la humanidad. Lo ha hecho las 24 horas del día siete días a la semana, respondiendo a todas las llamadas y peticiones por muy intempestivas que fuesen sin perder la compostura. Echaremos de menos a nuestra Rafi Belmonte.