Lo siento, maestro; ochenta años ya de tu muerte, y tú sufriendo todavía las cuarenta y seis millones de Españas de espíritu burlón y de alma quieta por donde aún cruza errante la sombra de Caín, y que te visitan para seguirte helando el corazón. Nos pediste que no te regresásemos a este suelo calcinado por la rabia hasta que hubiese paz, y así sigues esperando mientras nadie sabe en qué tierra y en qué nubes te diluyes. No dejamos de peregrinar a tu refugio para dejarte las revanchas y la ira, y traerte cada cual a su terreno. Cantamos y escribimos con tu nombre, sermoneamos, lanzamos discursos y soflamas; simulamos llorar, despotricar, gritar, pero tú solo eres otra excusa para utilizarte como justificación de unos contra otros, erigiéndonos cada cual en heredero de tu esencia y tu compromiso; y sin rubor profanamos tu estela para sacar tajada. Como en vida no lo permitirías, seguimos utilizando tu muerte y tus palabras para alimentar enfrentamientos, para sacar bilis de tu nombre y de tu pluma. ¡Ochenta años ya! ¿Y por qué no cien, doscientos, mil años más? Dos siglos de violencias y revanchas nos han convertido en expertos en remover la mentira. Tu cuerpo convertido en tierra. Pero aquí, inventando cadáveres que solo son las poses para levantar otra ruina de piedras y garrotes, y seguir a palos, a coces y a pedradas en esta España inferior, zaragatera y triste, que embiste cuando se digna usar de la cabeza; asesinando, escuela a escuela y cerebro a cerebro, a tu Abel Martín y a tu Juan de Mairena. Dime, maestro, ¿te calma tu Leonor la soledad que sientes proscrito en este exilio que te seguimos procurando? Allí tu corazón no reposa aún bajo una encina casta, y en tu sueño no llega aún el día del florecer de España. Aquí aún sigue el tiempo de mentira, de infamia, donde a la malherida España la seguimos dejando pobre y escuálida, porque ni el pasado ha muerto ni está el mañana --ni el ayer-- escrito. Dime, maestro caminante, ¿sigues durmiendo en la desesperanza y en la melancolía? Aquí solo surgió ese mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. Por aquí aún persiste la fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido, esa que hoy tiene la cabeza cana. ¡Ay, qué fue de aquellos días azules y aquel sol de la infancia!

* Escritor