A Teresa de Calcuta, cuando le preguntaron: «Madre, ¿qué debemos hacer para cambiar nuestro mundo?», contestó: «Comencemos por cambiar tú y yo y ya habremos comenzado con el cambio». El Domund de este 2018 tiene como lema «Cambia el mundo». Alguien lanza el reto, no solo a la rosa de los vientos, sino a cada uno de nosotros. Son muchos los que piensan que la revolución, las armas, el ruido y el poder son capaces de cambiar el mundo en el que vivimos, pero la historia ha demostrado que es falso, que, acabadas la tiranía y la guerra, el mundo vuelve a ser lo que era. Lo único que es capaz de cambiar el mundo es el encuentro personal del hombre con Dios, adentrándose así en el mar infinito del bien que asegura la paz para todos los pueblos. Hace 99 años, el planeta estaba convulsionado, y un Papa, Benedicto XV, denunció proféticamente la necesidad de cambiar el mundo, cambiar los corazones, desde dentro. Este fue el origen del nacimiento de las Obras Misionales Pontificias. Ese lema, «cambia el mundo», es una interpelación para que todos los creyentes cristianos se comprometan con la misión «ad gentes», para aterrizar el Reino a través de proyectos de evangelización, --y por tanto, de promoción y desarrollo--, en los que actualmente trabajan más de 12.000 misioneros españoles. Todos ellos se desgastan cada día con el pleno convencimiento de que, al ofrecer una oportunidad a una mujer de Kinsasa o a un joven de las periferias de Lima, no solo se transforma su vida, sino que se contribuye a la revolución global de hacer realidad el Evangelio. No son héroes, simplemente siervos de Dios que han respondido con valentía y ardor profético desde los dones recibidos. En ellos, y en todos los misioneros y misioneras, se materializa la máxima bergogliana de que «el verdadero poder es el servicio». Y aunque no lo parezca, es este poder el que más influye en el planeta, el que cambia las cosas y transforma una realidad hiriente y sangrante. Desde un corazón que ama se vence el egoísmo, se deja de pensar solo en las necesidades propias y se comienza a pensar en las necesidades de los demás. Se sale de las cuatro paredes del confort, al mundo sin fronteras. Ante la jornada del Domund, vuelve a resonar en lo más profundo de nuestras conciencias libres, la famosa pregunta de Paul Claudel, dirigiéndose a los creyentes: «Y vosotros, los que véis, ¿qué habéis hecho de la luz?». Esa luz que, conforme a la máxima evangélica, hay que colocarla sobre el candelero para que alumbre hasta los últimos rincones. «Esta transmisión de la fe, corazón de la Iglesia, nos ha dicho el Papa Francisco, en su mensaje, se realiza por el «contagio» del amor, en el que la alegría y el entusiasmo expresan el descubrimiento del sentido y de la plenitud de la vida. La propagación de la fe por atracción exige corazones abiertos, dictados por el amor». El Domund cambia el mundo. ¡Claro que sí! La misión, la predicación de la Palabra de Dios, el testimonio de entrega de las misioneros, el consuelo de la fe y el ánimo de la esperanza, están haciendo que el corazón de muchos hombres, se encuentre con la alegría de saberse amado por un Dios que es Padre y que es Hermano. Por eso, ese eslogan directo y reconfortante: «Cambia el mundo». En nuestras manos está.

* Sacerdote y periodista