El que el día de mi Primera Comunión me comprara un cromo de Quincoces, defensa central del Valencia, debe tener una explicación social. Lo mismo que el que muchas tardes de la infancia, en compañía de mi amigo Paco el Chato por La Fábrica o de más compañeros, por La Ermita, echáramos partidos de fútbol en los que casi siempre me ponían de portero. También, supongo que casi en los finales de curso, aquellos partidos de fútbol de calle contra calle en los que el premio era una copa de madera y donde cada jugador mostraba el apego sin fisuras por su barrio, lo más parecido a un nacionalismo inconsciente. Los cristales rotos del balcón de Rufo y la riña de los municipales Fidel y el Español cuando nos veían jugar al balón por las calles significa que las tardes de los domingos de fútbol en España tienen una raigambre natural en la que siempre han tenido cabida nacionalismos, comunidades históricas, regiones pobres y ricas y emisoras de radio que han aunado la voluntad de casi una nación en torno a un resultado. El fútbol, afortunadamente, no es solo Ronaldo y Messi, Florentino Pérez o Mourinho, sino el relato de una historia de nombres que en su pueblo, provincia, comunidad y nación han sido los fabricantes de ese sueño que ha llenado las tardes de los domingos de nuestra vida (a las que la tele les añade fines de semana de viernes a lunes). Mi padre me llevaba por esos campos de La Fábrica a ver jugar a Capote, que era vecino, en la portería. Y pasado el tiempo, el Mundialito de Los Pedroches, la primera ruta turística de la zona que, entre otras cosas, te enseñaba a comportarte en tierra extraña. Luego, todos los sábados, cuando éramos Los Rojos 66 y había que atravesar el Puente Romano cuando estaba de otra manera, el partido en el San Eulogio del Campo de la Verdad, un estadio lleno de historia que ahora va a recomponer, de una vez, el Ayuntamiento de Córdoba. Las tardes de fútbol de los fines de semana más que una retransmisión en directo de los regates de los futbolistas mejor pagados del mundo es un tiempo y un espacio donde los sentimientos de agrupación a una causa se exhiben en los colores de una bufanda o una camiseta enhebrados con la música del himno que se canta antes del encuentro. Así ha sido desde aquel día de mi Primera Comunión en el que me compré un cromo de Quincoces que, seguro, me faltaba en mi álbum de aquel año cuando te sabías que jugaban Carmelo, Orúe, Garay, Canito, Ramallet, Olivella, Rodri, Gracia o Alonso, Martínez, Santamaría, Lesmes. Por eso el Córdoba seguirá protagonizando en Segunda División (por ahora) esas tardes de domingo en las que el fútbol, sin dueños, ha sido su corazón y su historia.