Parece ser que un chat de militares, aunque estén retirados, tiene más importancia que las declaraciones de un diputado electo de Podemos. Aunque estén retirados, y aunque el chat sea privado, tiene más relevancia lo que opinen sobre la democracia que lo que pueda decir un miembro del Congreso sobre un posible asalto a la Zarzuela. La semana pasada hablábamos aquí de esas conversaciones no tanto cuarteleras, como tabernarias, de cantina en la sangre de la sublevación, sí, pero adornadas con unos cuantos chatos de vino furioso. Las afirmaciones vertidas -nunca mejor dicho, por el tono- en el chat susodicho por esos generales retirados estaban más trufadas por un aire torrentiano que por... ‘Y al tercer año resucitó’, novela hoy muy olvidada de historia-ficción en la que Fernando Vizcaíno Casas imagina un posible regreso tras su muerte de Francisco Franco. Sigo pensando que el tono hiperbólico del fusilamiento de 26 millones de españoles era una barrabasada expresada en ese plan, algo así como cuando una feminista radical embocada de gin-tonics aromáticos comenta que a los hombres habría que castrarlos: más figura retórica que deseo real. La particularidad de la polémica venía en que el chat era privado. Y ese derecho, a priori, parecía imponerse ante cualquier otra consideración. Pero por aquí estimamos entonces, y lo seguimos haciendo, que la particular condición militar de sus protagonistas daba otro cariz a su tono bravío de alzamiento nonagenario.

Ya debería ponernos en alerta que no se le dedicara la misma intensidad mediática al comunicado del general del Ejército del Aire Miguel Ángel Villarroya, jefe de Estado Mayor de la Defensa: «Las opiniones de estas personas no pueden considerarse representativas del colectivo del que formaban parte con anterioridad sino que deben verse como opiniones de ciudadanos particulares, por otra parte, con todo derecho a expresar lo que consideren». Es decir: la condición de militar trae consigo la limitación de derechos fundamentales asociados a la libertad de expresión como la participación en manifestaciones o actividades sindicales, la afiliación o colaboración en organizaciones políticas o sindicales o la expresión pública de sus opiniones. Pero estos militares, al estar retirados, han recuperado esos derechos, por más que los ejerzan de manera inquietante.

Quien también se manifiesta de manera inquietante, aunque no esté retirado de su actividad parlamentaria, es Enrique Santiago. En una entrevista a la revista Mongolia, hablando sobre la Revolución rusa, preguntaron a Enrique Santiago si también iría al Palacio de la Zarzuela a hacer lo mismo que Lenin en el Palacio de Invierno. Santiago respondió: «Indudablemente». Como los lectores saben, durante el verano de 1918, el zar Nicolás II, su esposa y sus cinco hijos, de entre 13 y 22 años, fueron asesinados no ya a disparos -se ha sabido que los ejecutores estaban hasta las cejas de vodka- como a bayonetazos. El entrevistador, Pere Rusiñol, se quedó tan flipado por la firmeza de la afirmación que insistió: «¿Lo liquidarías?». Y no se refería ni al jardinero ni al guardia de la entrada, sino a Felipe VI. Y Santiago, con una sonrisa de autocomplacencia, respondió: «Eso ya depende de cómo se pusiera y lo que surgiera. Todos los procesos revolucionarios no los haces para matar a un zar, evidentemente. Eso es bastante anecdótico en el devenir de la historia. En su momento histórico estaba claramente justificado». Como irse el sábado de cañas: vamos a lo que surja. A continuación vinieron las loas a Fidel Castro y Nicolás Maduro, grandes defensores de la libertad. Pero claro: es que Enrique Santiago había comenzado con su admiración por Lenin, que es bautizar con el fuego un incendio.

Está claro que la situación en Rusia era terrible y el levantamiento casi inevitable. Lenin sigue siendo un personaje fascinante que sustituyó una dictadura zarista por la suya asesinando a toneladas de gentes. Pero Enrique Santiago se define como «leninista a mucha honra» y encima van y le aplauden, mientras persigue con celo al rey Juan Carlos.

Esta doble vara sigue en lo demás. Declararse «leninista a mucha honra» sabiendo lo que hoy sabemos, solo puede deberse a la ignorancia voluntaria, la estupidez o la amoralidad. La diferencia con el chat, que era una conversación privada, es que estos militares retirados no representan ni siquiera al Ejército; pero Enrique Santiago, en sus declaraciones públicas como diputado, nos representa y nos agrede a todos.

* Escritor