En esta época suelo ir a El Escorial en el AVE y observo en las estaciones de Córdoba y Atocha, ya en Madrid, la vorágine viajera. No sé, como dijo el escritor Alejandro Gándara, si la gente «en vacaciones huye» o, como añado yo, necesitan cambiar de aire, abandonar por unos días la rutina del trabajo y por eso huyen. Es un espectáculo variopinto el de la estación de Atocha por la mezcolanza de voluminosas maletas o mochilas a la espalda. Por el atuendo de unos y otras. Por el «pasaporte» físico, extranjeros/as o españoles/as, que me recuerda con melancolía aquel verano de 1954 cuando fui un viajero mochilero camino de Francia e Inglaterra. En la estación madrileña del Norte, ninguna chica española dispuesta a la aventura de viajar al extranjero. Y, por supuesto, ninguna fémina con la idea que llevábamos los dos estudiantes de periodismo: ir en auto stop desde Hendaya a París. Cómo han cambiado las cosas en el recuerdo de aquel campo de trabajo para estudiantes europeos de ambos sexos, cerca de Lincoln en Inglaterra. Pero coger enormes patatas rodeado de chicas nórdicas, tan imbuidas de la leyenda negra sobre los fogosos y violentos españoles en su cortejo de las suecas, era un hándicap. Los italianos, listos y comediantes, sí lograron ser cortejados por aquellas chicas estudiantes. Viendo ahora el trajín viajero de Atocha, ya si hay similitud con aquellas extranjeras. Pienso que esos españoles, chicos y chicas cargadas con sacos de dormir, van a disfrutar al viajar. Qué ingenuos fuimos, ayudamos a las chicas a coger patatas. Ni caso. Solo nos quedó renegar de la leyenda negra.

* Periodista