El tema de la soledad y sus consecuencias viene apareciendo de modo bastante frecuente en el panorama noticioso de los países ricos: desde la información sobre un vecino que descubre por casualidad que una anciana lleva varios años muerta en su apartamento en Valencia, sin que nadie la echara en falta, hasta la decisión del gobierno británico de crear, dentro del Ministerio de Cultura y Deportes, una Subsecretaría de la Soledad, para afrontar la situación de unos nueve millones de personas que no tienen quien les dé los buenos dias cada mañana. La soledad no es una enfermedad pero, a veces mata como por derivación, ya que se le asocia con enfermedades como la depresión, que puede provocar en el afectado un grave desinterés por su propia salud y hacerle adoptar hábitos de vida perjudiciales. Sin revisiones médicas periódicas y sin nadie que anime a cambiar el rumbo, la biología hace el resto. Uno lee estas informaciones que nos ofrece Luis Luque, en una magnifico reportaje de Aceprensa, con el titulo ‘Deja el Whatsapp: ven a casa a cenar’, e intenta meterse de lleno en este tema y nos abre a los espléndidos ventanales de las ventajas de la comunicación. En las citas ofrecidas, viene una del psicólogo británico Paul Gilbert, creador de la denominada «terapia compasiva»: «Estamos diseñados para el cara a cara». Según explica, el sistema parasimpático «se estimula a través del tono verbal y de voz en la relación con el otro. Hasta donde sabemos, no se estimula por medio de textos. Hablando de modo general, estás diseñado para responder al tono de voz, a las expresiones y a las caricias». Por su parte, su colega Robin Dunbar, afirma desconocer por qué la gente es más feliz cuando se reúne para comer, pero se atreve con una explicación desde la bioquímica: «El tipo de cosas que uno hace en torno a una mesa con otras personas, son muy oportunas para disparar el sistema de endorfinas, que es parte del sistema cerebral de gestión del dolor. Las endorfinas son opioides, y están químicamente relacionadas con la morfina. El cerebro las produce, y te dan un subidón. Es lo que te sucede cuando haces todo ese intercambio social, que incluye darse una palmada, un abrazo, una caricia». ¡Lo que nos perdemos! Hay tres conclusiones sumamente interesantes del estudio de Oxford Economics: «Primera, quienes jamás comen solos tienen una mayor sensación de felicidad que quienes sí lo hacen»; segunda, «quienes son padres tienen mayor tendencia a comer acompañados que quienes no lo son»; tercera, «la probabilidad de experimentar síntomas depresivos se incrementa en la misma medida en que disminuye el contacto personal». Vale la pena adentrarnos en ese mundo científico que va sacando conclusiones para mejorar nuestra vida, para conocer algunos de esos pequeños o grandes secretos que pueden ayudar a nuestra felicidad personal. Está claro, como comentaba un psicólogo amigo, que «necesitamos de los demás para sobrevivir». En cambio, cuántos problemas y desafíos, cuántas tragedias derivadas de una pésima comunicación, sobre todo, cuando se imponen la prepotencia y la soberbia. Ahí tenemos los resultados de los estudios psicológicos: «Sentarse a la mesa sin compañía puede incidir negativamente en la sensación de felicidad de una persona, algo muy relacionado, por supuesto, con su estado de salud». Lo dice un estudio de Oxford Economics.

* Sacerdote y periodista