Oigo a los políticos y lo que dicen carece casi de sentido para mí. Sus discursos me recuerdan a una fotocopia, que circulaba cuando era joven, allá por los primeros ochenta, que se puede encontrar en www.elvelerodigital.com, que habían hecho unos estudiantes universitarios polacos. Los polacos habían analizado las frases de los discursos del régimen y habían hecho cuatro columnas de frases y trozos de frases. Para articular un discurso uno sólo tenía que empezar por la primera casilla de la columna Z y seguir por cualquier casilla de la B, después por cualquiera de la C, pasar a cualquiera de la D, y volver a la columna A para repetir el proceso tanto como se quiera. El discurso finalizaba con una frase que empezara con la última casilla de la columna A. Con esta técnica se pueden construir más de 38.000 frases diferentes, lo que da para unas 105 horas de discurso, ruedas de prensas, declaraciones, etc. sin casi decir nada. Toda una técnica que los cubanos, gracias a Fidel Castro, y los venezolanos, con Chávez, elevaron a la categoría de arte.

Hace meses empecé a hacer el ejercicio de «deconstruir» los discursos de nuestros líderes políticos y llegué al borde de la desesperación. Mariano Rajoy, por ejemplo, usa una técnica muy simple: dice una obviedad y luego usa circunloquios para decir lo mismo. Un discurso largo de Rajoy se articula a partir de una premisa mayor («salida de la crisis», «estado de derecho») que parece evidente, para, a continuación, envolverla usando palabras clave como «moderación» o «sentido común» y seguir diciendo lo mismo. En la columna C de Rajoy, por ejemplo, siempre aparecen expresiones como «seguir intentando continuar la mejoría». Rajoy es capaz de construir un discurso de diez minutos para decir que el PIB creció el año pasado.

Los discursos de Pedro Sánchez son similarmente vacuos: enuncia un titular en una oración simple y, luego, repite machaconamente lo mismo con pequeñas variaciones. En todos sus discursos aparece la palabra «izquierda» y «público» que son sus supremas argumentaciones. Para él es evidente que algo es sencillamente bueno porque es de «izquierdas» y todo lo de «izquierdas» es necesariamente bueno.

Los de Pablo Iglesias, ahora tan callado, son cúmulos de tuits. Son discursos sin conectores lógicos. Su contenido es un conjunto de frases sencillas elevando a categoría algo negativo, sin ningún análisis ni de causas, ni de consecuencias. Son directos: un problema, una o varias soluciones simples.

Mucho mejores, por lo elaborados, son los de Albert Rivera. Rivera tiene una técnica depurada en la que se nota su entrenamiento en las reglas clásicas. Sus discursos tienen las cuatro partes básicas de toda pieza oratoria expositiva: exordio, narración, argumentación y epílogo. Y si no fuera porque, a veces, sus narraciones son agresivas y, otras veces, sus argumentaciones son simples, diría que sus discursos son los que tienen más contenido, al menos, en mi opinión. De cualquier forma, la mayoría de los discursos que he analizado últimamente tienen muy poco contenido. Lo que denota una inmensa pereza en el análisis de la realidad que estamos viviendo, una carencia de ideas y una falta de proyecto. Estamos a menos de un año y medio de que vuelva a iniciarse el ciclo electoral y nuestros líderes parecen que aún no tienen pensado lo que decirnos. Menos mal que la opinión pública se está moviendo y aparecen temas de verdadera significación y discursos colectivos interesantes y significativos como el de la igualdad de género.

Como pasó con los polacos bajo el régimen comunista, cuando los políticos no dicen nada es la calle la que hace los discursos. Y, muchas veces, mucho mejor.

Aburridos del tema catalán estábamos entrando en un dejá vu que se ha roto con el éxito de las feministas de poner, espero que por algún tiempo, el tema de la igualdad de género en la agenda política, pues es mucho lo que hay de debatir (y conseguir) en esta cuestión.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía