Auno le dan ganas de escribir que España es un país de tarados profundos en el que las discotecas siguen abiertas mientras la gente se maravilla por los nuevos brotes de coronavirus. Y lo haría, si no fuera porque, en realidad, es la mayoría la que acaba siendo víctima de esos mismos tarados profundos, que en España son legión. Empezando por quienes deciden que las discotecas dejan de ser territorio de riesgo si se cierran a las 2 de la mañana. Como si no lo fueran a la 1. Como si el problema fuera la hora, no el lugar en sí y lo que se va a hacer en él. Tenemos un nivel en el que hay que comenzar por explicar a los políticos que rigen nuestras vidas lo que es una discoteca. No ya la diferencia entre Platón y Aristóteles, y ni siquiera lo que fue de verdad la Transición y las cesiones que fueron necesarias, hondas y recíprocas, para sacar adelante nuestro pacto de convivencia. No, el nivel es más básico, porque hablamos de un mínimo raciocinio. Es decir: estamos ante un subnivel en el que hay que aclarar qué es una discoteca. Y esto no tiene que ver con la preparación intelectual, lo que también sería exigible a una casta política que no requiere más tratos con la realidad académica que haber sido cajera de un supermercado, sino con la bobería. Vamos a ver, chavales, os lo vamos a explicar: la gente de uno y otro giro, color o ideología, va a una discoteca a hacer precisamente todas esas cosas que transmiten el coronavirus. A estrechar sus vínculos, a hablarse fuerte al oído, casi boca con boca bajo la estridencia de la música. Y también va a beber para perder el control, aunque sea un poco, como cantaba Enrique Urquijo, y salir de la lenta aspereza de vivir.

Eso es, lo vamos pillando: a juntarse. Y las copas ayudan, porque siempre lo han hecho, y todos encerramos un Clark Kent dormido bajo la coraza, con esa torpeza de la aproximación. Por eso, en cuanto das el primer paso también el primer sorbo del gin-tonic te está bailando en los labios, y cuando empiezas a hablar el resto es noche, acabe o no a las 2. Otra explicación fundamental: las copas desinhiben. Es decir: te excitas, hablas algo más rápido, te crees capaz de cosas que no habías pensado antes o solo habías soñado. Y a veces suceden. Así que si mantienes las discotecas abiertas y luego ves a un dj tarado escupiendo un lingotazo de vodka sobre la concurrencia que lo jalea, significa que no van por el segundo whisky con cola. Luego lo vemos en el telediario y el tipo, tarado profundo o príncipe en subnivel de taras no diagnosticadas, va y dice en sus redes sociales que lo lamenta mucho, que de todo se aprende. Pero claro, es que estamos entre taras diversas: quien lo hace y quien lo hace posible. O en términos penales, lo que sería el autor y su cooperador necesario. Y las administraciones que mantienen abiertas las discotecas o ciertos bares noctámbulos en las circunstancias terribles del covid-19, con tantos miles de muertos y contagios, están siendo cooperadoras necesarias de todos los focos. Pero si colocas el valor del gremio del ocio nocturno -importante sin duda, y además querido- por encima del de la salud pública, entonces estamos ante la posible puerta de entrada de la segunda ola del coronavirus, y ante la muestra más definitiva de la estulticia pública.

Ya sé que el tono es duro. Pero son semanas asistiendo a los rebrotes, como en la sala Babilonia en Córdoba. Y nadie parece recordar que las discotecas, como las bodas con 200 invitados, dj y barra libre, son terreno abonado para el coronavirus. Que no es lo mismo guardar la distancia de seguridad en un restaurante o en un bar, que me parece bien, sensato y desde luego posible, que entrar en un garito cuya actividad, espacio, luz, música y cócteles están precisamente diseñados para que nos saltemos la distancia de seguridad. Y así seguimos, con el tope de hora a las muy juveniles 2 de la mañana.

Claro que el Gobierno tiene parte de culpa en el origen por haber mantenido una estrategia propagandística de ocultación sistemática de los daños reales del covid-19, con los cuerpos ahogándose en las camas. Pero aquí ya ni siquiera estamos en modo Resistiré , sino en Esto no ha sido nada . Y tienen la culpa, ahora, las autoridades que mantienen abiertas las discotecas. Faltan multas y cierres. Falta un discurso de Estado. Porque la gente que está ahí, a pesar de toda la información que manejamos hoy, con su ciego continuo en plan última noche de la tierra y sin pensar en nadie, se merece lo que le pase.