Por motivos familiares he asistido a la clausura del máster Diplomacia y Relaciones Internacionales en la Escuela Diplomática de Madrid. Setenta y nueve jóvenes de ambos sexos, españoles y extranjeros graduados en diferentes carreras, recibieron el correspondiente diploma. El embajador y director de la Escuela, don Fernando Fernández-Arias Minuesa, aludió al buen trabajo realizado durante el curso y les animó a que opositen para ser diplomáticos. Clausuró el acto el ministro de Asuntos Exteriores, don Josep Borrell. Sus palabras me hicieron olvidar el aldeanismo de la política nacional durante estos días. Rememoré mi etapa profesional cuando ejercí la jefatura de Política Internacional en Nuevo Diario. Es muy importante contar con diplomáticos bien preparados para ejercer la diplomacia de Estado sin ramificaciones autonómicas extemporáneas. La diplomacia del siglo XXI es muy diferente a la tradicional. Recuerdo en Londres al embajador, marqués de Santa Cruz, tan exquisito en sus almuerzos y recepciones. No faltaban políticos de mucha enjundia, conservadores o laboristas, que disfrutaban del sherry y otros placeres gastronómicos. Pero en aquellos tiempos de la dictadura, esos saraos contribuían poco a un mejor entendimiento entre los dos países. Se miraba más al siglo XIX cuando el duque de Osuna, embajador en Rusia, competía con los zares en sus fiestas de gran boato. Quedan ya lejos aquellos tiempos cuando los embajadores debían pertenecer a la más alta aristocracia. Pero aquel viejo dicho permanece: «En las negociaciones hay que ser hábiles para no dejarse engañar».

* Periodista