Bajo tu vía Láctea/ y tu Osa de giro lento./ Los sapos del matorral de alisos rezan/ aterrorizados por tu día del Juicio./ Ruidoso es su arrepentimiento». Los versos son de Robert Graves, un autor cuya obra sirve para achatar el Brexit. Dedicarle su novela más señera al emperador romano que conquistó Britania es ya argumento suficiente para que lo idolatre una legión de lectores. Pero Graves es mucho más que Yo, Claudio por entender que Bath o el muro de Adriano son neuronas de ese nervio común que en el mito del Mediterráneo construyó Occidente. Malas y tergiversadas lenguas podrían plantear que Graves fue un agente subvencionado por el Museo Británico para que, en ese nexo grecolatino común, los frisos del Partenón nunca salieran de Londres. Pero vivió y murió en un pueblo mallorquín, señal de que creyó en la cultura del olivo y en los poderes mágicos de los honderos baleares.

De Robert Graves es La diosa blanca, el ensayo que remonta al esplendor del matriarcado, la niebla de la Historia en la que los cazadores rendían culto a las sacerdotisas cretenses. Ese blanco vestal fue el que apareció en los pañuelos de las madres de la plaza de Mayo, heroínas contra la dictadura argentina, algunas de cuyas integrantes --véase Hebe de Bonafini-- degeneraron en posiciones filoterroristas; De blanco iban las damas cubanas que intentan gambetear la pasmosa represión del castrismo. Y de blanco han tenido a bien presentarse las representantes demócratas ante el primer discurso de Trump en el Capitolio, antes que el presidente reinterprete la imputación del incendio de Roma a los cristianos.

Blanco era un atuendo habitual de Hillary Clinton en la campaña presidencial, alternado con los otros dos colores de la bandera estadounidense. También es blanco uno de los colores de la enseña andaluza, otro rasgo común de la presidenta Díaz. Señales, muchas señales que llaman a la reflexión. Divergencias entre Clinton y Díaz todas las que quieran, pero es difícil discutir el nexo común de su troncalidad con el aparato. Son días en los que se está derrumbando la pedagogía de la élite, y el asalto al poder se asienta en el resentimiento. Frente a las atemperadas refriegas palatinas, ahora se lleva el desquite pendenciero y simplón. Y Susana Díaz no está jugando bien sus cartas. Llevamos un tiempo en los que los hados se alían al contra pronóstico, y una y otra vez se han propuesto abochornar a los estudios demoscópicos. Piensen en la diosa blanca, pero no asocien ingenuamente el elixir benefactor con el género. En Francia, hay una confluencia general de torpezas y conjuros para que la matriarca del lepenismo alcance el Elíseo.

Y aquí, el socialismo sigue coqueteando con el desastre, con un candidato derrotado por sus propias impericias y que vendrá para dejar chica a la Kill Bill de Tarantino. Y otros, aguardan y aguardan a Susana, como quien espera el 12 en la parada de Fuentes Guerra. A quien corresponda, aún queda margen para constatar que la oficialidad ya no gana por goleada. Si muchos pontifican a la presidenta andaluza como la esperanza blanca de sentar una mujer en la Moncloa, piensen que pueden adelantarle por el otro bando. Rajoy no es Paris, pero cuando quiera puede lanzarles a Soraya, Cospedal y Cifuentes la manzana de la discordia.

* Abogado