Hoy, un aniversario terrible para toda la humanidad: El 6 de agosto de 1945, a las 8.15 horas de Hiroshima, fue arrojada la primera bomba atómica Little Boy. La explosión rompió los vidrios de las ventanas de edificios localizados a una distancia de 16 kilómetros y pudo sentirse a 59 kilómetros de distancia. Alrededor de 30 minutos después comenzó un efecto extraño: empezó a caer una lluvia de color negro al noroeste de la ciudad. Esta «lluvia negra» estaba llena de suciedad, polvo, hollín, así como partículas altamente radioactivas, lo que ocasionó contaminación aún en zonas remotas. El radio de total destrucción fue de 1,6 kilómetros, provocando incendios en 11,4 kilómetos. Entre 70.000 y 80.000 personas, cerca del 30% de la población de Hiroshima, murieron instantáneamente, mientras que otras 70.000 resultaron heridas. Cerca del 90% de los doctores y el 93% de las enfermeras que se encontraban en Hiroshima murieron o resultaron heridos, puesto que la mayoría se encontraba en el centro de la ciudad, área que recibió el mayor daño. Mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, el capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, comentó: «Dios mío, ¿qué hemos hecho?». Bob Caron, artillero de cola del avión, describió así la escena: «Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga 1.500 o quizá 3.000 metros de anchura y unos 800 de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación». Vuelve hoy al recuerdo por las víctimas. Cuentan que entre los cuadernos de un colegio de Hiroshima, destruida por la bomba atómica americana, apareció la página inacabada de una alumna que estaba describiendo el palpitar de una mariposa roja que se había posado en su pupitre. Una delicada escena estival japonesa antes de que brillase el infernal relámpago destructor. Cuando nos llega de nuevo este dramático aniversario, convendría recordar las palabras del Papa Francisco: «La guerra no comienza en el campo de batalla: la guerra, las guerras comienzan en el corazón, con incomprensiones, divisiones, envidias, con esta lucha con los demás. Ojalá que de cada trozo de tierra se eleve una única voz: ¡No a la guerra, no a la violencia, sí al diálogo, sí a la paz! Con la guerra siempre se pierde».

* Sacerdote y periodista