Escribo estas líneas veinticuatro horas después de acabada la jornada electoral en Estados Unidos. Todavía no hay un claro vencedor, aunque Biden está tocando con los dedos los 270 votos del Colegio electoral. Mientras, Trump lanza todas las amenazas posibles con el objetivo de repetir lo del recuento de Florida del año 2000. Hoy ni de lejos este país se parece al de aquel año. Cuatro años de mandato han servido para generar una situación endemoniada. Con su triunfo, muchos pensaron que aquello había sido un contratiempo electoral pasajero. Una pesadilla que únicamente duraría cuatro años.

Sin embargo, al despertar en 2020 nos encontramos que si no vence casi habrá estado a punto de hacerlo. Allí sigue el dinosaurio. Los datos indican que casi setenta millones de estadounidenses han votado a este personaje. A pesar de la crisis sanitaria, económica y social que ha agravado la situación de Estados Unidos desde la pandemia, amplios sectores de la población continúan apoyándole. Cómo puede explicarse este hecho. Para obtener esos millones de votos hace falta que le voten no solo los WASP (blancos, anglo-sajones y protestantes), también un sector de las diferentes minorías debe hacerlo. No son los ricos su apoyo. Los sectores desfavorecidos, las clases medias venidas a menos, los perdedores forman parte de los que participan en sus mítines y lo ensalzan como su líder.

No sigamos durmiendo porque el dinosaurio está compuesto por un conjunto de elementos que siguen ahí y que las democracias y los partidos democráticos parecen seguir sin ver. Trump y sus imitadores iliberales desde el Brasil hasta Hungría, pasando por otros que aún no han tocado poder, han sabido identificar dónde están los focos del resentimiento, el abandono, la desilusión, el miedo al futuro. Ya el referéndum del brexit supo conectar con los perdedores de la globalización, los olvidados del otrora estado del bienestar, los incrédulos de la política convencional. Con mentiras sí, pero quien nada tiene, algo necesita creer para ahuyentar su mal.

Esos populistas que aprovechan la situación, son seguidos porque muchos creen que son los únicos que desafían a los partidos que los han conducido a ese estado. Los votan porque entienden que ellos les defienden. Sus bufonadas y sus exabruptos contra los demás políticos, parecen ayudarles a sentirse vengados. Les ofrecen soluciones mágicas y en apariencia fáciles. Sabemos que les mienten, que quizá momentáneamente las cosas puedan mejorar, pero que a la postre esos que los apoyan perderán mucho más, incluso la vida, si finalmente los populistas consiguen hacerse con el poder. Lo malo es que eso, esos votantes ahora no lo saben. Solo ven un sistema frágil, complejo de entender, cargado de estructuras, lleno de discursos, enfrentamientos partidistas y lentitud de respuesta que a ellos no les ayuda cuando más lo necesitan. Ven que incluso ante una pandemia no piensan en la ciudadanía, sino en cómo rentabilizar su estrategia política. Trump y sus imitadores se limitan a negar hasta la enfermedad y a clamar por una libertad individual y egoísta que a muchos parece consolarles.

La cuestión es qué hacer. No hay recetas mágicas, pero es posible aún no repetir los errores de los años treinta del siglo pasado. Frente a sus promesas mentirosas, hace falta liderazgo de los demócratas para aprobar soluciones eficaces que resulten del diálogo y el pacto. Frenar a los anti demócratas desde la unidad de quienes creen que el único sistema posible de convivencia es la democracia. Quienes comparten estos postulados deberían marcar una clara separación con quienes propugnan valores antidemocráticos. Ante una crisis multifactorial como la actual, solo cabe la inteligencia de la solidaridad política, el liderazgo compartido y responsable, la visión estratégica de presente y futuro. En otro caso, el dinosaurio seguirá ahí.

* Catedrático