El catalán entronizado en su innegable sentido de superioridad, ha presumido siempre de su seny, es decir, de su sensatez, de su cordura, de su sentido común y de su buen humor.

Y probablemente seguirá presumiendo después de los repugnantes hechos violentísimos de estas noches pasadas en las que, gracias a la televisión, hemos sufrido en vivo y en directo la reacción catalana -el que quiera que se excluya—a una sentencia que no les ha gustado. ¡Cuanta diligencia y eficacia en quemar contenedores --muchos centenares--, saquear comercios y abrir cabezas aun con fuertes cascos bien encasquetados! Nos desagradaba profundamente y nos inquietaba en nuestra paz personal y andaluza tanta y tan reiterada violencia. Una feria de la violencia de cuatro noches, que retrasaba y agitaba nuestro sueño. Ahora, eso sí, una feria sin la violencia de los toros.

Aunque bien mirado, de un pueblo que escucha y aplaude a un ser como Torra puede esperarse --y temerse-- todo. Porque Torra es una mala copia de un mal bicho como Puigdemont.

No podemos caer en la tentación de darles la independencia y dejarles que se cuezan en su propio jugo. Primero, porque no está en nuestras manos, y segundo, porque sería infligir un durísimo e injusto castigo al cincuenta por cien de catalanes que, aun siéndolo mucho, no quieren dejar de ser españoles.

Hay un tradicional debate entre el seny y la rauxa (arrebato). Algunos ven en esta dicotomía un principio similar al del yin y yang del Budismo.

En todo caso es evidente que el Cataluña hay además de buen seny una parte importante del más radical salvajismo. De eso sí pueden presumir: de quemar más contenedores que nadie en menos tiempo. Y luego, con una desfachatez infinita, alegar que eso lo hacían otros, que les oyeron hablar francés. Es fácil de imaginar cuales serían los comentarios catalanes si esos reprobables hechos hubiesen acaecido en nuestra atrasada Andalucía. Ya lo señaló el profesor Jiménez de Parga, que fue rector de Barcelona: cuando en Cataluña andaban arrastrando piedras y a pedradas aquí teníamos fuentes de agua con chorros de colores.

¿Cómo una gente que adora la pela -y la atesora, si puede-- produce en hermandad daños por más de dos millones de euros, aun sin contabilizar las cuantiosas pérdidas privadas de los comercios saqueados?

Sí, la contradicción es una condición muy humana, pero si es la principal característica de un país o de una región, es que esa región está desnortada.

Y es lo que ocurre: que Cataluña está desnortada.

* Escritor, académico, jurista