Como el feminismo no es una teoría de ayer, y lleva varios siglos cociéndose, no nos hagamos de nuevas. Y como teóricas de este asunto las hay, excelentes analistas para interpretar, por ejemplo, lo que está pasando en España y en buena parte del mundo, no intentaremos desde aquí delimitar el terreno, ni repartir acreditaciones de feminismo, ni siquiera excluir a las personas cuyas tesis rechazamos, o hasta nos preocupan. Quedémonos, si gustan, con el 8-M que hemos vivido y que, pese al debate político de unos partidos inquietos por el voto de la mujer y dispuestos a enredarse en los matices, ha consistido en miles y miles de mujeres jóvenes, maduras y ancianas saliendo a la calle para insistir en su demanda de una igualdad real, esa que equipara en la letra pequeña de la vida, una letra pequeña que al final se vuelve enorme, como un fardo sobre las espaldas de la mitad de la humanidad. Le dijo el médico a su paciente: «Adelgace diez kilos y le mejorará la rodilla, ¿no ve que es como si usted cargara a todas horas con una bombona de butano?». Pues la bombona de butano la llevan encima las mujeres desde que nacen y no tienen sitio en el patio para jugar, y les tocan el culo en las discotecas cuando son jóvenes y las discriminan al buscar trabajo, y cobran menos que sus compañeros, y sus parejas no comparten las tareas del hogar, y cuando llegan los hijos sus carreras profesionales retroceden, y cuando hay que cuidar niños o enfermos lo hacen ellas, y cuando se jubilan la pensión es más baja... No les cuento de nuevo lo que ya saben. Solo que, manipuladas o no, miles de mujeres salieron a la calle. En Córdoba, 20.000 manifestantes, con más presencia masculina que el año pasado. Ellos, jóvenes y mayores, bienvenidos, queridos, y apreciados. Mirad, ved lo que queremos, queremos caminar juntos, sin vosotros no podemos. Quizá alguno se sintió incómodo por los lemas que se coreaban, pero creo que no, que no se sentían concernidos, los destinatarios no eran ellos.

La marcha, llena de pancartas, llena de mensajes --no todos los compartía, pero... ¿y qué?-- , era una explosión de alegría, porque las mujeres se han descubierto en una unión fraternal que, por el momento, no han conseguido minar los políticos. El cartel que llevaba una anciana --«Quiero para mis nietas lo que yo no pude tener»-- lo dice todo, y los gritos de la muchachada estudiantil, «educar para la igualdad», entre otros, hablan del futuro que queremos construir. Y a esas chicas jóvenes, con sus frescas y lindas caras pintadas de violeta, con sus voces alegres y reivindicativas, me gustaría lanzarles una petición: El año que viene, decidle a vuestro papá, que es el que más os quiere del mundo, que venga.