Lo digo de coña y con ironía, pero lo mismo le doy idea a algún ‘emprendedor’ y acaba montando un emporio empresarial... ¿Por qué no montar un servicio de ‘telechapuza’ que facilite tutoriales y telealbañiles que le vaya dirigiendo a uno sobre cómo ir cambiando el alicatado del baño? ¿Y una APP, ‘telemadre’ que mediante una cámara 24 horas te advierta que no debes mezclar ropa de color y blanca en la lavadora o te ayude a darle el punto exacto a la tortilla de patatas? ¿Y ‘telefontaneros’? Bueno... no quiero entrar en la posibilidad de los ‘telemercadillos’, porque bastante polémica y justo cabreo hay en Córdoba.

Pero... ¿por qué no, si cosas sensiblemente personales, algunas derechos constitucionales, como la propiedad privada y la simple nómina, la seguridad, la amistad, la educación, la información, el trabajo y ahora la salud, que ya tiene tela, se telegestionan? Los bancos que mejor van son los que obligan al propio cliente a hacer sus propias operaciones por internet. La teleseguridad te vende alarmas entre anuncios de un apocalipsis de asaltos y ocupaciones. La amistad va por ‘likes’ y fotos de ‘postureo’ en redes sociales. La educación se refugia en el mundo digital. La prensa seria lucha contra las mentiras de las fakenews y cafres políticos que van de periodistas y, para colmo, ahora anuncian servicios de telemedicina en donde el médico no tiene que mantener contacto directo con lo más humano del ser humano y que es la razón de su trabajo... el cuerpo del paciente. ¡A tomar por el esfinter el fonendoscopio, que ahora le mando el juramento hipocrático por email con al diagnóstico, el tratamiento y la factura!

Y así, ¿por qué no dar una vuelta más de tuerca al sexo en internet, el primer uso y más frecuente que ha tenido internet y en donde la imaginación en el negocio supera a la propia ‘creatividad’ de los vídeos? Incluso esa parte que justifica toda la vida, que es la muerte, se telegestiona. La muerte ya ni siquiera «pasa en ambulancias blancas», como se quejaba Joaquín Sabina hablando de Madrid. Ahora los telefunerales se siguen en ‘streaming’. Quizá ya no haya ni que pagar un seguro de deceso, bastará una APP y una mínima cuota para que te expliquen con un tutorial y un teleasesor cómo ir construyendo tu propio ataúd. Otro ‘nicho’ de telenegocio, nunca mejor expresado. Ya puestos podemos digitalizar la convivencia matrimonial. Total, basta con que los dos tengan horarios laborales ligeramente diferentes para que al final se encuentren gestionando la convivencia mandándose mensajes de wathsapp («no te olvides del pan, la leche y la comida para el perro») y lleguen muertos de cansancio a casa... ¿Qué más da ya tener en el móvil la aplicación ‘telepareja’ que complete esos escasos minutos de agotamiento diario compartidos en el sofá antes de dormir?

Sé que estamos semiconfinados y que gracias al mundo virtual satisfacemos necesidades y derechos básicos. Pero este proceso no es nuevo, comenzó hace años y sin darnos cuenta nos está comiendo. Creo que por ahora el último reducto de derechos básicos que se resiste a la digitalización en el aspecto humano de lo social es la Justicia. ¡Y por Dios, si alguna vez cometo un delito, que sea un juez el que lo dicte mirándome a los ojos, no una pantalla!

Que conste que digo todo esto siendo teletrabajador y sin desmerecer de las nuevas profesiones de televigilantes, telemédicos, teleasistentes, telerrepartidores, teleoperadores... Porque lo más curioso es que el teletrabajo sigue siendo tan esclavo o más que el presencial e igual o menos pagado. En eso no hay ninguna teletontería.