La gente ya no habla normal cuando habla de comida. En vez de decir comidas, primer o segundo plato, postres, carne, cocido, estofado y ensalada dicen pirámide, hidratos, proteínas, raciones, gramos, grasas y trans. Hablan de calorías, combinaciones, aminoácidos o índice glucémico. Llevarte un bocado cualquiera a la boca ya no es un simple acto inocente sin más principio que el del placer. La cultura de la dietética está cada vez más presente y ahora es imposible comerte un trozo de pastel en una reunión cualquiera sin que venga alguien a amargarte el dulce. ¡Esto, madre mía, esto es una bomba! O el irónico: qué light, ¿verdad? Como si las celebraciones se tuvieran que hacer con una hoja de lechuga. Que todo llegará, no lo duden.

Una de las cosas que más ignoran la mayoría de dietas publicadas en libros y revistas es que la alimentación no es ni de lejos un simple acto biológico para nutrir los tejidos y permitir el funcionamiento del cuerpo. Un poco como ocurre con el sexo, en nuestros hábitos alimentarios intervienen todos los factores que caracterizan la complejidad de cualquier conducta humana. No se puede dejar de lado ni el peso emocional de lo que comemos ni la cultura gastronómica de cada uno ni los condicionantes socioeconómicos. No vale atiborrarte de lo que te reconforta, de lo que relacionas muy profundamente con un estado de bienestar anterior. La mayoría de dietas piden que te olvides del placer. Ya puedes buscarlo en la pirámide alimentaria, que no aparece por ningún lado.

La otra cosa que te piden a menudo es que rompas con tu propia tradición gastronómica, que es parte esencial de la cultura y que supone constituir un eslabón dentro de una cadena que hemos recibido y tendremos que transmitir a nuestros propios hijos. O, por lo menos, que empieces a consumir alimentos que te son absolutamente desconocidos. Semillas de chía, quinoa, kale, algas kombu y un largo etcétera. Todos ellos alimentos con superpoderes. Y no te cuentan, por supuesto, el elevado precio de muchos de estos productos.

* Escritora