Tomo prestado el título de una canción de amor de Kiko Veneno, que se me ha metido en la mollera a cuentas del fantasma de ese ángel exterminador que recorre el mundo. Dice la gente que de algo hay que morir, pero la realidad es que aquí no quiere morirse ni el apuntador, a no ser que vaya empaquetado con la orla de progresía del morir dignamente, eutanasia, suicidio asistido o cansancio de vivir. O sea, quitar o quitarse de en medio, rápida y asépticamente, cuando la situación venga mal dada. No sufrir, no llorar, no molestar y que sea un tercero el que nos deje la vía expedita para seguir disfrutando de la parte mollar de la vida. Pero resulta que por mucha protección de la que pretendamos recubrirnos para nosotros y nuestra familia, nuestro negocio o patrimonio, la fatalidad existe, la naturaleza es incontrolable y la estupidez no tiene límites. Por todo ello, el fin del mundo no vendrá por un meteorito, como el que acabó con los dinosaurios, ni por la invasión de los extraterrestres, que hasta la presente solo se han manifestado en el cine. Vuelvo a la canción de Kiko que voy tarareando y dice así en el estribillo: «Nos matará el camión/ que nos llena la nevera/ camino de Benidorm/ un día de primavera». Las grandes desgracias cuando de verdad ocurren no tienen nada de la espectacularidad y la coreografía de las películas de desastres; lo vemos cuando en la televisión retransmiten imágenes de accidentes, derrumbe de edificios, explosiones, tiroteos en supermercados o un atentado como el de sala Bataclán de París. Todo es borroso, sucio, feo, triste, sin rastro de heroicidad y, con frecuencia, lamentable el comportamiento de personas desconcertadas buscando un agujero donde meterse. Es lo que está ocurriendo ahora con el miedo al coronavirus al que hemos convertido en el monstruo de las siete cabezas que viene a terminar con todo y con todos, como en La Guerra de los mundos de Wells. Porque la bacteria del miedo es mil veces más peligrosa que el virus de una enfermedad respiratoria con un dos por ciento de mortalidad, según datos de la OMS. La relación con animales salvajes en un mercado lejano de Wuhan, las vacaciones del fin de año chino y el perpetuo movimiento de millones de personas cada día por el mundo han provocado la tormenta perfecta para la expansión global de una gripe normalita. Y luego el miedo, que obliga a suspender en Barcelona el Congreso mundial del móvil mientras las autoridades sanitarias insisten en que no hay motivo para sacar las cosas de quicio sin que haya registrado ni un contaminado en la península. Quizá tenga razón Kiko, «Nos matará el café/ Nos matará la droga/ Nos matará tal vez/ Un hombre bueno con pistola» que, finalmente, se quitará la vida porque no puede ser feliz con miedo.

* Periodista