Me pregunto qué hacía él a la puerta del Congreso celebrando el Día de la Constitución. Pablo Iglesias es el principal ariete de los movimientos centrífugos y anticonstitucionales que soporta la nación, desde cuya otra punta empujan con todas sus fuerzas los separatistas, que al menos no van a estos actos para ensuciarlos. Al partido socialista le cabe el ridículo papel de palo que une ambos extremos, y lo de extremos no es retórica. Iglesias no pierde ocasión para desvelar y declarar con toda la boca sus planes anticonstitucionales, y no se entiende que el poder judicial aún no le haya llamado al orden. En sus últimas vocinglerías dice que el mayor honor que se les puede hacer a los héroes de la patria es aspirar a otra república. Lo dice él, pues ya está. Mientras siga identificando república con frente popular o extrema izquierda, me temo que esa honorable institución --tan digna como la monarquía en un estado democrático-- lo tiene color de hormiga. En manos y en boca de tales sujetos, la república vendrá cuando las ranas tengan dientes, o cuando los españoles puedan ver sus propias orejas, como respondía Stalin al preguntársele cuándo verían los españoles el oro de la república que le entregó Negrín (la parte que no se quedó él, claro). Dice el prócer que los verdaderos padres de la Constitución no son quienes trajeron la democracia, Juan Carlos I, los residuos franquistas y el espectro político del exilio que trabajaron al unísono, sino quienes construyeron las escuelas, los hospitales y toda esa demagogia barata al uso del líder supremo. Lo dice él, pues ya está. También negaba al PP (por supuesto a VOX) el derecho a gobernar en el futuro y hasta su carácter democrático, menos mal que la presidenta de Madrid tiene bien puestos los fonemas y ha sabido contestarle. Parece mentira que ningún estamento del Derecho de la nación tenga el coraje de decirle alguna vez que no es el rey quien está desnudo sino él, que no porta más vestido que consignas y medias verdades retorcidas políticamente y bonitas al oído. El problema es la desaparición de un referente socialdemócrata, que los tiene a todos como pollos sin cabeza.