Tanto bajar las persianas, tanto echar las cortinas, y ahora resulta que estamos todos en casa de todos. Trabajamos con reuniones bajo el formato de videoconferencia desde la vivienda de cada cual, los profesionales atienden a los clientes muchas veces por este mismo sistema, en la televisión vemos las entrevistas con el fondo doméstico (menos este miércoles, que he visto en Canal Sur al ministro de Agricultura, Luis Planas, y no creo que tenga en su casa la bandera de España y la de Europa ante un panel de madera, tengo que preguntárselo cuando lo vea) y los grupos de amigos contactan para hacer tertulia desde su sofá (yo soy más de hacerlo desde la cocina). Total, que en esta España de cortinas echadas, que no puede concebir esas ventanas destapadas de los países nórdicos en las que la gente hace su vida en escaparate, ha perdido el pudor con el coronavirus, y esto es lo que hay.

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Me lo comenta F., que se troncha imaginando a todos los españoles, en lugar de escuchando las interminables peroratas que nos sueltan por la tele, fijándose en lo que deja ver la cámara detrás del personaje. Cotilleando, en resumidas cuentas. A ver cómo tiene la casa, no de limpia (que a eso no se llega) pero sí en la decoración e interiorismo. Lo que pasa, le digo, es que casi todos intentan hacerse la toma delante de la biblioteca, con un trasfondo de libros que hasta igual han repasado los títulos para fardar. Vamos, que no se graban el vídeo delante de la colección de bolsillo de Agatha Christie, porque, como decía un personaje de una novela de Javier Marías, los intelectuales tienen una segunda biblioteca, que no ven las visitas, en la que guardan la novela negra y policiaca. No pongo la cita textual porque tendría que buscarla entre 500 páginas, pero probablemente sea de Tu rostro mañana.

Bueno, que, postureos aparte, nos hemos hecho un poco más naturales. Me asegura A. que quién le hubiera dicho que iba a salir en chándal a la terraza de su casa a aplaudir. Y que ahora lo hace y le da igual. No es como mi amiga Maribel, que decía que sin maquillarse no era capaz ni de bajar la basura, pero vamos, que el chándal no se lo habían visto los vecinos hasta estos momentos trágicos del covid-19.