Intento, por todos los medios, ser positiva, pero hoy es 23 de marzo, y hace 11 años que estoy sin mi padre. La familia no podrá reunirse, pero lo tenemos, sin duda, en el corazón. Todos los días lo recuerdo, varias veces, y siempre o casi siempre en relación con lo que nos fue enseñando con su forma de actuar y de ser. Hablando, y escribiendo, era convincente, pero ya sabemos que los hijos aprenden más de lo que ven que de lo que escuchan. Rompo -estoy rompiendo tantas cosas con el coronavirus, para empezar, la de escribir en primera persona, que no casa con mi forma de entender el periodismo- mi habitual pudor en temas personales no para hablarles de mi padre, que necesitaría siete periódicos, sino para recordar una frase suya muy concreta. Él murió en plenas facultades mentales y físicas -pues la muerte te alcanza a veces cuando aparentemente no toca, como puede ocurrir y de hecho está ocurriendo con la pandemia-, pero cuando tenía 80 años, en una reunión, escuché al paso una conversación suya con un amigo. Le decía, sonriendo: «Yo ya tengo hecha la maleta»... No la necesitó hasta dos años más tarde, pero se refería, con su natural valentía, sin ese miedo que en la sociedad actual nos hace comportarnos como si la muerte no existiera, a su propia despedida.

¡Qué difícil debe ser tener la maleta hecha! Requiere, independientemente de cuestiones de fe que para muchas personas son clave, estar conforme con uno mismo, con las propias actitudes, los propios hechos, el propio pasado y los planes de futuro. Con lo que cada cual haya construido y espere construir, sea la existencia más larga o más corta. Requiere aceptación, estar en paz con la vida. En estos días de legítimo miedo e incertidumbre pienso que también podemos averiguar alguna que otra cosa sobre nosotros mismos. Pienso en la maleta, que en el confinamiento de nuestras casas y de nuestras propias identidades podemos ordenar un poco, con la esperanza de no necesitarla en mucho tiempo, y con la determinación de pelear duro. Porque, al final, siempre quiero ser positiva. No queda otra.

(Dejo la fotografía de una rama de olivo, el árbol amado, pues no sé cuánto tiempo pasará hasta que pueda colocar una en recuerdo de Rafael Olmo en el cementerio).