Hoy, utilizando el término absurdo que pusieron de moda las empresas dedicadas a impartir cursos, he hecho una jornada laboral presencial. Bueno, mejor, semipresencial, porque he ido a La Torrecilla a hacer unos recados imprescindibles y me he vuelto, y aquí estoy, en el remoto, en casa, escribiendo.

Chicas, chicos, compañeras y compañeros que estáis en la calle a diario recabando información para luego escribirla desde casa, yo no sé vosotras cómo lo hacéis, pero to os admiro, porque me he liado un poco. He llevado dos bolsas (mi bolso no he querido sacarlo por si el virus), una con carpetas, monedero y llaves, y otra con los adminículos de protección: mi bote de antiséptico, dos pares de guantes de plástico (se acabó lo de la defensa del planeta), mascarilla casera con gasa interior, dos trapos desechables y no sé si algo más.

Me paro en la puerta y me pongo los guantes, subo las escaleras sin agarrarme al pasamanos, llego a mi despacho y saco… ¡el bote! Me limpio las manos por encima de los guantes y limpio mesa, teléfono, ordenador y reposabrazos de la silla. Ay. Me pongo a trabajar. Estamos cuatro gatos, hablamos entre nosotros por teléfono o a cinco metros y la reunión la hacemos por internet, tanto los que están fuera como los que estamos en la casa. Me pongo a correr, correr, correr, correos, impresora, diversas comunicaciones… Termino y me marcho. Y ahora viene la duda... ¿En qué momento me quito los guantes? Digo adiós, abro la puerta de un caderazo, me quito los guantes dejándolos del revés para no rozarlos, y los tiro a la papelera. Ya en el coche no sé si sentirme como una perfecta idiota o como una imprudente que se ha olvidado de medio millón de cosas para protegerse del virus. Al llegar a casa, me quito los zapatos en la puerta, los limpio con el bote que tenemos preparado, meto la ropa en la lavadora. Me lavo las manos y me cambio. ¡Ea, menos mal que la comida estaba hecha! Concluyo que, pudiendo trabajar desde casa la mayor parte del tiempo, según las tareas que tengo encomendadas, con alguna excepción puntual, para el viaje de esta mañana no me hacían falta tantas alforjas. Si es que el refranero lo sabe todo. Ya sé que salir a la calle no requiere tanta historia como entrar en una oficina, pero es más peligroso, bastante, creo, y ese es otro esfuerzo que están haciendo muchos periodistas.

Eso sí, les comento: he visto muchos coches, no sabía que había tanto movimiento. Francisco González me pasa una foto de los coches aparcados en la calle de la Feria, que huele a azahar de forma maravillosa, cubiertos por esas florecillas que nadie disfruta. ¿Se acuerdan de los sobres de ‘Abre el azahar’? Otra cosa que nos estamos perdiendo este año.

Pues mañana es el día de san José y Día del Padre, y sospecho que más de un padre querría de regalo que lo dejaran un poco tranquilito. Va a ser otro día triste, así que hagamos un esfuerzo para mejorarlo. El coronavirus lo llena todo, y la preocupación es creciente. Pero encuentras testimonios preciosos, como la celebración del cumpleaños de mi amiga Paula, enfermera, que pasa la jornada en el hospital revestida de plásticos de arriba a abajo y con una sonrisa. Ella cuenta en Facebook que ha recibido “los abrazos de codo más guays ¿A que mola? Que esto va para largo, amigos. Si han convocado pleno en el Congreso de los Diputados para el día 25 es que hay prórroga del estado de alarma. A nadie le extraña, pero no es agradable ver que se confirman las malas impresiones.

Y, como siempre hay algo bonito, que te hace sonreír o te enternece, una historia emocionante en medio de la coronacrisis, tal vez una versión cotidiana de El amor en los tiempos del cólera. Me la relata otra amiga, la periodista Inma Trenado. Son dos jóvenes, casi adolescentes, que, separados desde el viernes pasado, encontraron el martes la forma de verse, saliendo ambos a hacer la compra para sus respectivas familias a la misma hora en el mismo supermercado. Un encuentro furtivo, aunque responsable, de pasillo a pasillo, quizá entre el pollo y los refrescos… Mantuvieron las distancias, pero sus ojos se cruzaron. Ya sabemos que no está bien, pero no hubo peligro y... ¡Es tan bonito!

Esto se nos va a hacer muy largo. Pasémoslo juntos. Hasta mañana.