Ya ha vuelto el ruido a la calle. No tanto como solía, pero sí lo suficiente como para que los sonidos del tráfico que entran por la ventana impidan a ratos escuchar lo que dice la radio o la televisión. De música con el balcón abierto ni hablamos. Esa es la normalidad, que de nueva no tiene nada. Por la noche, la desescalada se traduce unos días en silencio, pero otros en cierto trasiego, la gente que va o viene de los bares, o del paseo, con conversaciones a volúmenes increíbles. No sé calibrar qué consecuencias traerá para nuestras vidas esta pandemia inacabada del coronavirus, pero una sí la constato: hablamos a gritos, o, como decimos en Andalucía, a voces. Entre la distancia de seguridad y la mascarilla es imposible entenderse a los decibelios normales, y, sin darlos cuenta, elevamos el tono, así que mi consejo es no contar ningún secreto en la vía pública.

Compruebo en mis paseos tempraneros que es cierto lo que me ha dicho M.J.: las desinfecciones de las calles han afectado a las puertas de madera. El chorro purificador de los tractores voluntarios y de las maquinarias de Sadeco ha levantado la pintura y estropeado muchas entradas, a veces hasta una altura de un metro, lo que se percibe con más claridad en el casco antiguo, donde hay más casas unifamiliares y las calles tienen aceras estrechas en las que el salpicón está asegurado.

A estas alturas ya he almorzado en un restaurante y me he sentado en un par de terrazas, e incluso pienso en la posibilidad de las vacaciones, si bien todo ello sin esa ilusión que sería pertinente, y sin tantas ganas de salir de casa como me creía. Me dice A. que en su empresa prorrogan el teletrabajo hasta septiembre, con excepciones puntuales, lo que da idea de cómo irá la desescalada. Se me encoge el corazón cuando me hablan propietarios de empresas que todavía no saben cuándo podrán abrir sin perder dinero, pendientes con ansiedad de esa fase tres de la desescalada de la que el Gobierno sigue sin dar detalles. Es verdad que probablemente las autoridades no saben cómo resolver el final del estado de alarma, especialmente porque sin él no pueden obligarnos a mantener las distancias y otros protocolos.

Ya lo hemos visto con la exótica información sobre la fiesta de agasajo al príncipe Joaquín, de la casa real belgapríncipe Joaquín, en la que se discute si se superó o no el aforo legal y en la que el joven, positivo en coronavirus, se ha visto obligado a admitir que no guardó la cuarentena en su desplazamiento a Córdoba. Cuántos casos habrá más o menos parecidos... Si nos ponemos en peligro de rebrote con normas estrictas... ¿Qué no pasará cuando termine el estado de alarma?

Pero, en esta incertidumbre, la falta de información a las empresas es muy grave. Mientras menos las ayuden más aumentará el presupuesto del ingreso mínimo vital.