La tecnología es la religión verdadera, la diosa que nos sojuzga. O eso me parece en mi desesperación de las ocho de la tarde, cuando escucho de fondo, una vez terminados los aplausos y antes de las marchas de Semana Santa, a Celia Cruz, con La vida es un carnaval, por gentileza de nuestro vecino, que no se arredra por mucho que alarguen el confinamiento, lo que tiene su mérito y su imaginación, porque empezó por quince días y caminaremos hacia el mes y medio.

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Esclava de internet, de los megas y del wifi, de los programas diversos, de las redes sociales, de los mil correos que abro a diario, de los mensajes de wasap, de las fotografías y vídeos que me petan el móvil, de las llamadas y del sistema remoto. A veces me pregunto qué haríamos sin las tres uves dobles en nuestras vidas. Así que Celia, querida, con tu «azúcar» no harías nada en el momento actual, y escuchar tu voz de hombre es un placer que remite a salas de concierto y escenarios con telón rojo que tan lejanos nos parecen.

Mientras, sigue el dolor, continúa el miedo, se mantiene candente la incertidumbre de si de verdad se va a terminar esto y, si sobrevivimos, la gran duda de cómo viviremos, si podremos salir adelante en lo económico, pues de mis contactos solo me llega preocupación y hasta desesperación. Ojalá sean capaces de inventar formas de salir adelante, ojalá no vuelva tanta gente a perderlo todo.

El teletrabajo está teniendo su mejor oportunidad de rodaje, y en muchos casos ha llegado para quedarse, aunque necesite todavía muchas mejoras. No es mala idea en muchísimos de los casos, pero no servirá para todo y puede contribuir, como me temo que haga (con teletrabajo o sin él) este prolongado encierro, a volvernos a los seres humanos menos sociales, más asustadizos del contacto directo, más robots y menos personas.

Espero que no. Además, como contaba ayer Marcos Santiago Cortés en un precioso artículo en el Día Internacional de los Gitanos,Marcos Santiago CortésDía Internacional de los Gitanos, hay profesiones y oficios que no podrían teletrabajar. Como la venta ambulante. Ay, ¡quién supiera regatear en un puesto de El Arenal! Tanta vida al aire libre como arrastro y todavía no he aprendido. Ni aprenderé, pero tal día como hoy me gustaría recorrer un mercadillo, como hacen los políticos en campaña electoral, pero comprando alguna cosilla.